¿Qué imagen nos hacemos de Dios? Quisiéramos que Dios fuera vengativo como nosotros; hasta le pedimos que castigue a quienes nos hacen daño. En la vida cotidiana seguimos sujetos a la ley del “ojo por ojo, diente por diente”. Quien la hace… la paga. Crece la venganza, la justicia por la propia mano.
¡Cuánta violencia llega a través de las redes! Muchos niños y jóvenes se identifican con imágenes grotescas que asesinan; desquites que destruyen a la persona que ha hecho daño. El perdón a un enemigo parece una palabra cancelada del vocabulario y lo que se escucha comúnmente es “¡siquiera le fue mal a ese desgraciado! Que pague por tanto el mal que hizo”.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para reflexionar en estas cosas y comprender, con la asistencia del Espíritu Santo, que Dios no es un Dios vengativo sino un Dios de Amor; que no ganamos nada con llenarnos de odios y resentimientos porque la persona obrando el mal es alguien ciego, cojo, manco y sordo; un necesitado que no sabe lo que hace y suele obrar cargado de dolor con la vida como consecuencia de las sombras de su historia. Es un mendigo de amor; una persona vacía de sentido; alguien que no ha podido encontrar el gozo de la existencia; es una persona que vive en la amargura, en la ansiedad y en el sufrimiento.
Dios es Amor listo a intervenir en nuestra conciencia para liberarla del pecado, mira con misericordia a quien obra mal porque éste escoge la muerte en lugar de atrapar la vida. El amor de Dios es tan grande que, lleno de compasión, espera, como Jesús al referirse a la higuera, que pase otro año a ver si logra dar fruto. Con la escucha de su Palabra y con la celebración de estos misterios de Semana Santa, el Padre Dios nos da otra oportunidad para que caigamos en cuenta de qué es lo que destruye y hace perder el sentido de vivir. Dios espera nuestra conversión.
Dios se compadece del pueblo que, por su rebeldía, yace esclavo en Egipto. Entonces decide sacarlo, liberarlo de toda opresión. Podría haberlo aniquilado pero espera el paso del Mar Rojo, el tiempo en el desierto, la lucha contra sus enemigos… Espera.
¡De cuántas situaciones somos esclavos; cuántos pecados nos han llevado a no vivir una vida feliz; cuántas equivocaciones hay en nuestra historia cuyo recuerdo aún nos duele y quisiéramos devolver el tiempo para corregirlas! Hoy es la oportunidad. Dios espera que la cizaña se convierta en trigo; que caigamos en cuenta de nuestros graves errores; que experimentemos el dolor por nuestros pecados; que decidamos, de corazón, abandonar este camino equivocado y acoger la misericordia de Dios. Él espera que este año sí podamos dar fruto.
¿Qué esperamos… hasta cuándo? Podríamos morir esta noche… y ¿cómo entraríamos a la casa del Padre? No dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy. Este es el tiempo de la misericordia, no hay otro. ¿Acaso estamos seguros de que estaremos vivos para la próxima Cuaresma del año 2020? Esta es la única pascua, no desaprovechemos esta oportunidad de conversión: nosotros podemos cambiar ya nuestra forma de pensar y de vivir.
Éxodo 3,1-8.13-15; Salmo 102; 1 Corintios 10,1-6.10-12; Lucas 13,1-9
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