Pbro. Rubén Darío García Ramírez
¿Cómo se puede llegar a ser plenamente feliz? Hoy la Palabra revela el secreto: “Confía en el Señor, encomienda a Él todos tus afanes, porque Él te sustentará”; benditos sean el hombre y la mujer cuando llegan a poner su confianza plena en el Señor y no en sus propias fuerzas, bienes o proyectos.
Poner la seguridad en las creaturas produce angustia y sequía: “Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita”.
Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su confianza: “Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta ni dejará por ello de dar fruto”.
Confiar implica creer, mantener una fe persistente en alguien, algo o en uno mismo; implica actuar con seguridad. La confianza está en los cimientos del vivir y convivir. Ahora, confiar en el Señor puede resultar difícil, porque tendemos a aferrarnos a lo que podamos ver y tocar, a lo que podamos producir con nuestras propias fuerzas; ¡para tirarse al vacío con la certeza que una mano lo recogerá a uno hay que confiar, tener fe!
El Evangelio define al “pobre” como aquel que pone toda su confianza en el Señor; mientras que el “rico” es quien pone su confianza en sí mismo, en sus bienes, en su fama, en su prestigio, en su dinero.
Quien vive todos los días en abandono total a la Voluntad Divina, vive feliz. La fe le hace capaz de enfrentar los sufrimientos y hallarles un sentido y propósito. Para quien tiene fe, aquella situación que produce dolor, desengaño, angustia o desesperación, se transforma en oportunidad de crecimiento y se vuelve fuente de fortaleza y alegría. Pensemos entonces en una situación dolorosa de nuestra historia personal: reflexionemos: ¿qué aprendí, qué me aportó para la vida futura y, lo más importante, qué lugar ocupó Dios en mi vida en esa circunstancia?
¡Ay de los ricos! —dice Jesús— porque ya han recibido el consuelo; ¡Ay! de ustedes los que están saciados, porque tendrán hambre. ¡Ay! de ustedes cuando por apego al dinero han maltratado a alguien que pedía ayuda, ¡ay! de ustedes que han malgastado el dinero comprando cosas superfluas, derrochando sin necesidad y sin mirar la precariedad de quienes tienen al lado: ¡llorarán!
Y bienaventurados, felices, “los pobres” porque de ellos es el reino de los cielos, transcurren su vida gozando de cada instante, de cada minuto y se les ve sonreír en medio del dolor y la tempestad. El “pobre” vive en la confianza que le permite afirmar ante cualquier dificultad: “bendito sea el Señor”. El pobre piensa en cada momento en el Señor y todo lo vive para agradarle a Él; pasa el dinero por sus manos pero su corazón no se apega a él porque su mayor riqueza es la paz que guarda su alma.
El pobre cuida sus ojos de la lujuria, para no contaminar el amor por su esposa; perdona a quien le hizo daño para no dejar que su corazón se arruine; todo lo cree, todo lo espera, no juzga, no condena, no piensa mal de nadie. ¡Feliz este pobre, porque vive en plenitud la vida! Cuando este “pobre” llegue a su vejez: “Será como un árbol frondoso, plantado al borde del agua, da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin”.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Jeremías 17,5-8; Salmo 1; 1 Corintios 15,12.16-20; Lucas 6,17.20-26
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