Pbro. Rubén Darío García Ramírez

Las lecturas de hoy hablan de la relación real entre Dios y el hombre; esa Alianza formada por el Don de Dios y la respuesta del hombre. Dios llama al ser humano a vivir plenamente feliz y el ser humano responde con la fe. Dios entrega al hombre lo mejor de sí para otorgarle su mismo amor, su misma capacidad de amar.

La grandeza de este amor reside en su gratuidad. La justicia se rige en términos “Do ut des”: “Doy para que me des” pero el amor gratuito de Dios consiste en que “Él da, así no des”. Él nos entrega su amor aunque nosotros no seamos capaces de responderle, nos ama así como somos, sin mérito nuestro, sin etiquetas, sin imágenes, sin máscaras. En esta Alianza no hay plazos, es para siempre. Esta Alianza es la FE.

El Libro del Génesis expone cómo Abrám realiza un pacto-alianza con Dios. La costumbre indicaba que primero había que dividir por mitad algunos animales, luego los dos pactantes “pasaban” por la mitad comprometiéndose el uno con el otro. El que no pasara por en medio recibiría, como consecuencia, la misma realidad de los animales; nosotros diríamos en nuestro lenguaje popular: “Si no cumplo, que me parta un rayo”.

El texto precisa el proceso de la Alianza: en primer lugar, Abrám cae en un sueño muy profundo y cuando despierta, ya Dios ha realizado su parte: Él pasó. Mientras Abram duerme, Dios “pasa”. En segundo lugar, “Abrám no pasa”. Dios no le exigió a Abrám su parte, simplemente Él realizó gratuitamente su parte sin pedir ni esperar mérito de su otro pactante.

Así es el amor de Dios Padre. Tanto nos ama que, sin mérito nuestro, y más bien viéndonos a punto de morir a causa de nuestro pecado, nos amó hasta el dolor y envió a su Hijo único para que Él “pasara” por el suplicio de la Cruz en nuestro lugar: ¡Él pasó!, ni tú ni yo “pasamos” por los tormentos de la Cruz y éramos nosotros quienes deberíamos haberlos sufrido. Jesús realiza la “Nueva Alianza” en obediencia al Padre y ofrece su cuerpo y su sangre para que tú y yo no muramos sino que tengamos la vida eterna, la vida en abundancia (Juan 10,10). Esta Nueva Alianza es la CRUZ.

“Pasar” se dice en hebreo “Pesah” y en griego “Pasha”, al traducirlo al latín queda convertido en “Pascua”. Yhaveh Dios “pasha” la noche en la que nuestros padres son liberados de Egipto; comen el cordero de prisa y son liberados “con brazo extendido” ahogando en el mar rojo a todos los enemigos. En la noche de la Pascua se celebra esta liberación de la esclavitud.

Cuarenta días caminamos hacia la “Pascua”. En la noche de la Vigilia Pascual, celebraremos nuestro bautismo, es decir la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En esta noche, el Señor hará pascua con nosotros. Nos liberará de todas nuestras esclavitudes, apegos, seguridades, idolatrías, deformaciones de la sexualidad, de nuestro apego al dinero. Nos librará de la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza porque estos pecados capitales son “Caput”, cabeza de todos los pecados.

La transfiguración del Señor anuncia a Pedro, Santiago y Juan que por la Cruz se llegará a la Gloria. Alegrémonos, porque la Iglesia retorna con este tiempo de gracia, para purificarnos, cumpliendo la promesa del mismo Padre: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará, de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar, infundiré en vosotros un Espíritu nuevo y os daré un corazón nuevo; arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; abriré vuestros sepulcros pueblo mío y os sacaré, infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis” (Ez 36,24-27; 37,13-14).

Génesis 15,5-12.17-18; Salmo 26; Filipenses 3,17-4,1; Lucas 9,28-36