“El que cree que Jesús es el Hijo de Dios vence al mundo”. “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”: La Fe es creer y la Fe vence al mundo: el que cree tiene vida eterna, tiene la máxima felicidad y, vencer al mundo, significa vencerse a sí mismo y a todo lo que no permita alcanzar la vida. “El mundo” es el conjunto de las pasiones desordenadas; los apegos esclavizantes; los ídolos; los atentados contra la vida; las divisiones; los odios; los resentimientos; la injusticia; la maldad; la corrupción; las aberraciones; los escándalos; los suicidios; los egoísmos; la soberbia; la avaricia; la lujuria; la gula; la envidia; la pereza.
“El que cree que Jesús es el Hijo de Dios vence al mundo”; lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”. Cuando Jesús apareció a sus discípulos después de la Resurrección, Tomás no estaba con ellos. Su respuesta muestra la ausencia de la fe y su fragilidad frente al mundo: “Hasta que no meta mis manos en su costado no creeré”. Jesús le dice, “porque me has visto has creído, dichosos los que crean sin haber visto”.
La fe es un don de Dios, y es necesario hacerlo crecer y madurar. La fe queda sembrada en cada uno de nosotros al momento del bautismo y está destinada a crecer y dar fruto. Por esto, el tiempo de Pascua ha sido maravilloso, porque renovamos nuestro bautismo para comenzar un nuevo año cargados de la potencia de la Gracia. Encendimos la luz del cirio pascual, la luz de la fe que debemos cuidar y fortalecer para que cada día podamos vencer el mundo.
¿Cómo hacer crecer la fe? La primera respuesta está en la carta a los Romanos 10,14 ss: “La fe viene de la predicación”: La fe madura si tenemos la oportunidad de escuchar la Palabra y confrontarla con la vida diaria, y si recibimos la ayuda de algunos hermanos que compartan su lectura de la historia a la luz de la fe. El libro de los Hechos de los Apóstoles enseña que quienes escucharon la Palabra vivían en una comunidad en la que ninguno pasaba necesidad: “Escuchaban la enseñanza de los apóstoles, compartían sus bienes, estaban unidos en la fracción del pan y en las oraciones”. La Eucaristía en el primer siglo era llamada la Fracción del Pan: los primeros cristianos vivían la Eucaristía como hermanos, vendían sus posesiones para que ninguno de los hermanos pasara necesidad.
La Iglesia es esencialmente comunión y las parroquias deben ser “casas y escuelas de comunión” porque la unidad y el amor a los enemigos es lo que distingue a los creyentes en Cristo que han pasado por el bautismo. La Iglesia es la respuesta a un mundo que individualiza al ser humano haciéndole perder la naturaleza de la persona. Decir persona es decir ser social, en relación con otros. La Iglesia responde al drama del ser humano hoy, cuando se está quedando solo, llega a la ancianidad solo y muchas veces sin esperanza, infeliz y lleno de dificultades.
La comunidad es la solución a la soledad: “No es bueno que el hombre esté solo”. Tomás, por no estar con “sus hermanos”, ha perdido ver a Jesús. La fe sólo puede crecer cuando escuchamos la Palabra, vivimos en comunidad y celebramos la Eucaristía. Gran reto para nuestra evangelización hoy. Las parroquias deben ser el lugar donde se madure la fe de los bautizados y se dé la fe a quienes todavía no lo son.
Renovar cada día nuestro bautismo, y superar el individualismo que nos exige el mundo presente, es la gran tarea y la propuesta que la Iglesia católica nos ofrece a todos. Respondamos seriamente: ¿Cómo estoy viviendo mi bautismo hoy?
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