Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Vivir es un arte. La belleza de la vida es materia de descubrimiento, pues no es fácil verla en la cotidianidad, con tantos momentos gozosos y tristes, algunos de tiniebla y muchos luminosos, unos tormentosos y otros marcados por la calma y la bondad. La vida es un don de Dios, no depende de nosotros: ¿“Qué tienes tú que no hayas recibido?” No somos dueños de nuestra vida, somos administradores de ella.
¿Por qué aumentan las cifras de suicidios, homicidios, abortos, eutanasia…? Parece que desconocemos la belleza intrínseca del hecho de vivir. Detrás de cada acción contra la vida ¿no se esconde el temor al sufrimiento y a la muerte? En el fondo se trata de un Yo que se impone y que busca reconocimiento, una necesidad de ser tenido en cuenta y ser valorado; cuando esto no se da se prefiere morir, la vida queda vacía, sin sentido profundo. Es la tragedia humana, el sufrimiento de nuestra existencia: “Pasar la noche bregando sin pescar nada” como narra hoy el Evangelio.
El riesgo del día es pasarlo sin fruto, “sin pesca”, y ¡cómo nos sentimos cuando pasó el día y no hicimos nada! Lo triste es que podría pasarse así toda la existencia y, al final, mirar nuestras manos y tener que presentarnos con ellas vacías ante la presencia del Padre.
Hoy se desvela el secreto de vivir: “Maestro —dice Simón— hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu Palabra, echaré las redes”. Esta es la clave de la existencia: “Por tu Palabra”. Si nosotros diariamente escuchásemos la Palabra de nuestro Señor, todas nuestras acciones alcanzarían verdadero sentido, porque obtendrían verdadero valor y finalidad. El drama de la existencia humana es no conocer el “para qué” la “razón de ser” y del mismo existir.
La luz de la Palabra del Señor, sobre cada acción de nuestro día, da sentido a toda dificultad, a cada problema, a todo obstáculo en el camino. Por la escucha de la Palabra del Señor viene la fe y ella da fuerza para caminar diariamente. Por la fe cobran sentido la enfermedad, la vejez y la muerte. Por la fe se colman de felicidad las horas diarias, muchas veces pesadas y dolorosas.
El don de la fe se nos dio en el momento del bautismo, precisamente para que todos los años de existencia transcurran plenos del Amor de Dios, pues: Este Amor “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rom 5,5). Escuchar la Palabra del Señor y obedecerla, produce el fruto más grande en nuestra vida, del mismo modo que lo experimentó Simón: “Puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse”.
La Palabra se cumple hoy. Obedecer a la Palabra, al Verbo de Dios, a Jesucristo, que nos dice: “Amen a sus enemigos, oren por quienes los persiguen, no juzguen y no serán juzgados, tendrán luchas en el mundo, pero tranquilos...Yo he vencido al mundo y yo estaré con ustedes todos los días hasta que se acabe este mundo”. DIOS-Palabra nos llena de alegría, de confianza, de esperanza, nos fortalece y da sentido a toda nuestra vida. El verdadero arte de vivir.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Isaías 6,1-2.3-8; Salmo 137; 1 Corintios 15,1-11; Lucas 5,1-11
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