Pbro. Rubén Darío García Ramírez

Tras recibir al Espíritu Santo en la gran fiesta de Pentecostés, hoy celebramos a nuestro Dios en tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios Trinitario, Dios-Familia, Dios Verdadero único e indivisible, quien interpela nuestras relaciones. El Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre y el Amor entre los dos es el Espíritu Santo. Jesús enseña a sus discípulos que será el Espíritu quien los llevará a comprender la verdad completa: al calor del Amor se comprende la Verdad.

Nos dice la Escritura que “el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Entendamos que la manera como se aman el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, esa forma de amar de DIOS, se infundió en nuestros corazones a la hora del Bautismo cuando el ministro del Sacramento dijo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por eso Dios-Trinidad interpela nuestras relaciones, las llama a examen, porque las selló con su amor desde el comienzo o, lo que es lo mismo, se quedó dentro de nosotros desde el Bautismo.

La familia es la imagen de Dios en la tierra: padre, madre e hijos: tres. Este amor de Dios es el Ágape, el amor de donación total. Tanto nos amó el Padre que nos dio a su Hijo único para que todos tuviéramos la vida. Es sólo con este amor que nosotros somos capaces de (1) vivir la comunión, la unidad, y (2) de llegar a amar a nuestros enemigos porque solamente teniendo este tipo de amor es que podremos ser capaces de perdonar.

La unidad y el amor en la dimensión de la cruz posibilitan que, quienes estén a nuestro alrededor vean cómo nos amamos. Nuestra donación tiene que resultar ejemplarizante y trascender los límites de la sociedad porque en este amor trinitario no hay egoísmo sino plena efusión del amor entre las tres personas; y no hay celos, pues donde está el Padre también está el Hijo y donde están el Padre y el Hijo está el Espíritu Santo.

¿Cómo vivir este amor, hoy, entre nosotros? Ante el individualismo se abre la posibilidad de la comunión y ante el egoísmo se plantea la donación total de nuestra vida: al calor del amor comprender nuestra verdad y, por amor, vivir una vida con sentido y consciencia del “otro”. El “otro” es un don de Dios para nuestra vida y así nuestra Iglesia se vuelve “Casa y escuela de comunión, en donde el “otro” es Cristo mismo.

¿Cómo ver a Colombia desde la realidad del amor trinitario? Coincidencia inquietante; hoy tenemos jornada electoral y somos tres: la población colombiana, el orden institucional y nuestro ideal común de paz y bienestar. La Trinidad nos exige, mediante el voto y nuestra conducta diaria, acción y explicación por los males que nos aquejan: corrupción; injusticia; violencia; ataques contra la vida y la familia; perversión contra la infancia y la juventud; adulteración de los sanos principios y creencias, etc…

Todo esto que desangra a nuestro País, puede transformarse mediante la realidad del amor trinitario en nuestra existencia. La Iglesia lo proclama y debemos cumplirlo con responsabilidad y pulcritud de palabra y obra, asumiéndonos como una familia-país. No nos cansemos de anunciar la buena noticia de Jesús que murió, entregando su vida por nosotros, y Dios Padre lo resucitó y nos envía al Espíritu Santo para que nos saque de nuestras esclavitudes haciéndonos entender el Amor sin límite, el que no tiene envidia ni busca el mal, ceñido a altos principios, el que todo lo cree y todo lo espera, que no se irrita y es servicial, no tiene envidia, todo lo perdona. Este Amor no pasará jamás (1Co 13).

Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia

Deuteronomio 4, 32-34.39-40; Salmo 32; Romanos 8,14-17; Mateo 28,16-20