Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Es muy importante que al leer y escuchar hoy la Palabra de Dios, nos fijemos en unos detalles frente a los textos mismos. La primera lectura nos refiere el sacrificio de Isaac y el Evangelio la transfiguración del Señor. Ambas lecturas tienen una profundidad en su mensaje, el cual viene a iluminar nuestro camino de preparación a la Pascua.
Abraham ha recibido una Palabra y sobre ella él camina hacia la tierra prometida. Isaac es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios: “Te daré un hijo y una tierra”. Isaac le da la certeza a Abraham de la cercanía de Dios. Sólo que, por ser el hijo de la promesa, Abraham pone en Isaac su seguridad. Se aferra a él y se le vuelve su todo. Dios entonces le pide el sacrificio de su hijo. ¿Qué significa? Que Dios pide a Abraham que Él sea su única seguridad. Es así como, en obediencia de la fe, Abraham sube con su hijo a un monte para sacrificarlo y el muchacho lleva la leña.
Al momento del sacrificio Dios detiene la mano de Abraham diciendo: “Detente, porque ya sé que yo soy tu seguridad”, pues no te has reservado ni a tu hijo único por mí. Éste era el objetivo del sacrificio: Abraham entregó a Dios su máxima seguridad y Dios por su entrega se lo devolvió.
Isaac es imagen de Jesús. El Padre Dios nos entrega a su único Hijo. Jesús sube también a otro monte y allí se transfigura ante sus discípulos. Este momento podría entenderse con estas palabras: “Por la cruz a la gloria”. La gloria de Dios manifestada en el monte, se realiza en la cruz. Isaac lleva la leña, Jesús lleva el madero de la cruz. En el altar que Abraham preparó subió a su hijo, en el altar de la cruz Dios Padre coloca a su único hijo, para que sea sacerdote, víctima y altar.
Dios nos lo entregó. ¡Cuánto amor nos ha tenido el Padre: tanto nos ha amado que nos ha entregado a su Hijo para que el mundo por Él se salve y tenga la vida. Jesús desciende con sus discípulos y le espera la Pasión, la Muerte y la Resurrección. El color blanco ya anuncia la Resurrección.
Nosotros por el bautismo participamos de su muerte y de su resurrección. Toda nuestra muerte, es decir, todo aquello que no nos permite alcanzar la felicidad a causa de nuestra desobediencia y de nuestro pecado, queda redimido. Cristo en la cruz ha vencido la muerte y nos ha abierto las puertas del Paraíso, aquellas que se habían cerrado con Adán y Eva. Por un hombre entró la muerte, por un hombre ahora, el nuevo Hombre entró la vida. Por una mujer entró la muerte, por María entró la vida.
Esta es la alegría de esta Cuaresma. Dios mismo, por amor, nos purifica de nuestros pecados para lavarnos en la noche de la Vigilia Pascual, cuando renovemos nuestras promesas bautismales.
En nuestra vida tenemos muchas seguridades y muchas de ellas dejan a Dios de lado; buscamos nuestra realización por nuestras propias fuerzas y queremos llegar a manipular la vida, desconociendo al Único dador de la vida, buscando nuestra propia seguridad, nos encerramos en nosotros mismos; desconociendo la presencia del otro como don y es por esto por lo que nos sumergimos en una inevitable soledad. En Inglaterra, en este momento, el Gobierno británico ha creado el Ministerio de la Soledad, intentando salir del drama en el que está el Occidente, cada día hay más personas adultas, sumidas en la soledad, y menos jóvenes y niños. Dios brilla por su ausencia y por eso el hombre está buscando él ser el dios de sí mismo.
Necesitamos entregar nuestro Isaac para que Dios vuelva a resplandecer como el único en nuestra vida. Es el resplandor de la luz blanca en el monte de la Transfiguración; dejémonos transfigurar y entremos en conversión hoy. La Iglesia nos ayuda con oración, ayuno y limosna. La Iglesia nos ofrece la vida en comunidad no en soledad, porque el amor de Dios no es solitario, es Trinidad
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18; Salmo 115; Romanos 8,31-34; Marcos 9,2-10
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