Frecuentemente converso con gente del café, productores, comercializadores, exportadores, funcionarios o exfuncionarios de Federación que me llaman la atención sobre diversos aspectos de nuestra industria. En estos días, a propósito de la búsqueda de estrategias para mitigar la crisis y al respecto de la necesidad de incentivar el consumo interno, me hacían algunas reflexiones interesantes que quiero compartir.
Si una de las estrategias para atenuar la crisis, es aumentar el consumo interno de las naciones productoras, el cual es muy bajo, lo lógico sería que fuera con café de cada país. En Colombia, el bajo consumo per cápita, es de café pasilla y de calidades inferiores importadas. Nuestra industria, en su mayoría, no consume café excelso sino subproductos de arábigas o robustas foráneas; prueba de ello es que en la góndola de un supermercado las marcas comerciales o propias venden libras de café molido al mismo precio que paga una cooperativa el café pergamino, lo cual saca del negocio cualquier emprendimiento de productores. Matemáticamente los gastos de industrialización, empaque, logística y comercialización no dan para que ahí haya un café de mínima calidad. Por eso he insistido en que la inversión en campañas de promoción del consumo interno, independientemente de donde provengan los fondos, no cumplen su objetivo de favorecer al productor colombiano; si crece el consumo, no es de café nuestro sino para marcas de grupos económicos que no necesitan apoyo, ya lo vimos con el programa “toma café”.
La importación de café de mala calidad plantea muchos interrogantes. Abrir nuestras fronteras a calidades inferiores para la industria local y de solubles, implica desplazar el café de Colombia de mejor calidad, y estamos hablando de dos millones de sacos. No consumir lo nuestro, es un mal mensaje para la industria global, a la que paradójicamente le estamos pidiendo que nos pague mejor nuestro producto. El ejemplo debería empezar por casa, promoviendo la utilización de café colombiano, desplazado por café importado de mala calidad (pues además exportamos las pasillas colombianas), que además de barato, lo favorece la tasa de cambio, para no hablar de lo que entra de contrabando, como ya ha incautado la DIAN e informado la prensa nacional y por lo cual recibí fuertes críticas institucionales hace algunas semanas. Ese café entra al comercio y no hay forma de controlar que no llegue a la industria.
Bajo los slogan “Agregando valor a las familias cafeteras colombianas” y “Café soluble colombiano de calidad superior” la fábrica de café liofilizado de Federación, Buencafé y su marca café Buendía, procesan café soluble, que se produce con materias primas de subproductos nacionales (de las cuales no tiene total control del origen) e importadas en un pequeño porcentaje. No conozco que la fábrica adquiera cantidades importantes de materia prima de buena calidad con sobreprecios a productores colombianos, pero sí presenta en su sitio web estas aseveraciones.
Que Buencafé maquile cafés inferiores para terceros, es una actividad industrial legítima, a la que obviamente no hay que oponerse, pero la marca Buendía, debe ser con café 100% nuestro, información que no aparece en las etiquetas del producto. Surgen varias preguntas: ¿cuál es el apoyo institucional a sus productores si no les compra su café para procesarlo y exportarlo con valor agregado ni les transfiere valor?, ¿cuáles son las medidas y acciones concretas para aumentar el uso de café colombiano en la industria de los cafeteros y la industria nacional?, ¿si el café Buendía es 100% colombiano, por qué en la etiqueta no sale el origen del producto envasado allí? La empresa estrella de los cafeteros colombianos se comporta con ellos igual que las multinacionales que tanto criticamos.
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