Lleno de emoción escribo estas palabras. Después de 17 años, vale la pena celebrarlo. Se trata del Centro Cultural Rogelio Salmona -CCU-, de la Universidad de Caldas. El 16 de abril de 2018 asistimos cientos de personas a la apertura de un sueño que nació en 2001. No solo la Universidad, sino Manizales y Caldas demostraron que, cuando nos proponemos proyectos colectivos ambiciosos, pensados en el interés general, y son ejecutados con transparencia, las cosas salen incluso mejor de lo esperado.
Al puro inicio del Siglo XXI -año 2001-, el entonces rector Carlos Enrique Ruiz imaginó un espacio de calidades exquisitas para las artes y la cultura. Para ello no pudo escoger mejor: el maestro Salmona, quien realizó el primer bosquejo. Carlos Enrique pedaleó bastante el proyecto, hasta que terminó su período rectoral. En 2008 pedí a Gabrielita (confidente de cada rector y secretaria del despacho), que buscara lo que existiera del proyecto. Encontramos una modesta caja con unos planos genéricos, el contrato del anteproyecto y un disco compacto con simulaciones digitales del proyecto. Le pedí al maestro Rogelio, con la colaboración de Octavio Arbeláez, que retomara el proyecto.
En 2009, eureka, logramos los rectores de todas las universidades públicas de Colombia, con la colaboración del Congreso de la República, que el dinero que antes se invertía en el funcionamiento del ICFES, en liquidación por aquellas fechas, quedara para nuestras instituciones. A partir de ese momento propuse al Consejo Superior que ese dinero, unos 1.800 millones cada año (más inflación), no fuera gastado en pequeñas cosas sino en un gran proyecto como es el CCU. Entre 2010 y 2013 logramos varias cosas: pagar el diseño definitivo, tener el diseño estructural, licencia de la curaduría, convencer a parte de la comunidad universitaria de las bondades del proyecto, lograr el crédito con tasa compensada gracias a Findeter (gracias, Luis Fernando Arboleda) y, finalmente, firmar el inicio de la obra en diciembre de 2013.
Un filósofo, William Deresiewicz, dice que la vida vale la pena vivirla por dos razones: por el amor de quienes amamos y por el privilegio de disfrutar las artes y las sensibles experiencias que la cultura inyecta en nuestras vidas. Para esto último se hizo el CCU: para enriquecer el espíritu de cada estudiante, de cada profesor y de cada ciudadano que tenga el privilegio de usarlo como biblioteca (allí habitará la biblioteca central universitaria) o como conservatorio, sala de exhibición de las artes plásticas o, simplemente, como caminante que saldrá transformado de una experiencia única. Como dijo Wittgenstein, “ética y estética son lo mismo” y, por ello, los nuevos espacios, su maravillosa estética y la calidad con que fueron construidos, enaltecerán a sus usuarios.
Hay muchos a quienes agradecer por esta historia con final feliz, fuera del maestro Carlos Enrique: al congresista Pedro Obando que lideró la discusión por los dineros del ICFES para las universidades; a Carlos Alberto Ospina y Felipe César Londoño que continuaron la obra; a Patricia Salazar Villegas que formuló el proyecto final con el que la Gobernación aportó parte de sus regalías de Ciencia y Tecnología; al gobernador Guido Echeverri, quien permitió que durante su reemplazo tomáramos éstas para el proyecto; a Colciencias; al equipo directivo que me acompañó en su momento (Fabio, Amalia, Fanny, Fernando, Carlos Emilio, Aura Liliana, Orlando), a muchos profesores que creyeron en el proyecto; al maestro Héctor Fabio Torres que dirigió el proyecto; a los ingenieros Tamayo y Jorge Mejía -constructor e interventor-; a Ana María Venegas, arquitecta comprometida como pocas; a Patricia Cárdenas; y, por su puesto, a los maestros de obra y obreros que terminaron convirtiéndose en artesanos.
Caldas y Manizales logran cosas grandes cuando sus gentes trabajan unidas, pensando en el bienestar de las futuras generaciones. Esperamos que quien sea el nuevo Rector comprenda que la institución que nació como Universidad Popular en 1943, tiene ahora un privilegio internacional, el CCU, que es mucho más que un edificio: es el espacio que, como decía Schiller, nos permitirá llegar a la libertad a través de la belleza.
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