Thomas Kirkman es un presidente excepcional en todos los sentidos. Su llegada a la presidencia de Estados Unidos fue fortuita, literalmente se ganó el cargo público más importante del mundo en una lotería. La ley obliga a que cuando toda la línea de sucesión esté reunida en un mismo recinto, un miembro del gabinete debe permanecer en otro lugar bien protegido, para que si por cualquier evento todos los miembros del alto gobierno mueren, este ‘sobreviviente designado’ asuma la presidencia y rehaga el gobierno de Estados Unidos. Kirkman, un académico de paso por la administración pública, se desempeñaba como secretario de vivienda y urbanismo cuando una bomba acabó con el Capitolio en Washington y de paso hizo volar por el aire a todo el gobierno y el Congreso.
Kirkman, en medio de un gran caos nacional, asume la presidencia porque así lo dicta la ley, no porque tenga los méritos políticos. Con grandes dudas acerca de su propia idoneidad, el nuevo presidente comienza a ejercer sus funciones y día a día debe enfrentar los más diversos y difíciles desafíos inherentes a su posición: la política interna, la economía, los militares, las tensiones internacionales, la guerra, el medio ambiente, las inconformidades ciudadanas y muchos más. En medio de tremendos dilemas, que llegan incluso a involucrar vidas humanas, el presidente Kirkman va resolviendo exitosamente uno a uno los asuntos que debe atender. También poco a poco se va ganando el respeto y la admiración de la administración y la ciudadanía. Y no es que todo sea un camino de rosas, por el contrario, el trabajo y los problemas no dan tregua. Lo que hace la diferencia es la manera como Kirkman aborda su oficio: no hace cálculos políticos ni personales, solo busca la mejor solución a las dificultades pensando siempre en la gente común y corriente y en su país.
Desafortunadamente Kirkman es un personaje de ficción, es el protagonista de la serie ‘Designated Survivor’ de la ABC, que es retransmitida por Netflix. De alguna manera, esta serie es la antítesis de ‘House of Cards’, y Thomas Kirkman de Francis Underwood. También es claro que es utópico encontrar un presidente así. Sin embargo, hay matices, y usando como referente a estos dos personajes de la pantalla, es posible encontrar a un candidato que podamos percibir cercano a Kirkman y rehuir del que sea parecido a Underwood.
La política en nuestro país, y en casi todo el mundo, es corrupción en sí misma. Los intereses de personas y grupos se anteponen de lejos al bienestar colectivo. El discurso es mentiroso, mitómano; la acción es perversa, criminal. La mitad de los congresistas nuestros tienen algún vínculo con actividades ilegales, desde el tráfico de influencias, pasando por multimillonarios peculados, hasta llegar al crimen. Alcaldes y gobernadores se roban los recursos para atender el hambre de los niños pobres o la salud de los menesterosos. Eso sí, todos a una voz salen a defender la democracia y prometen dar la vida por los más necesitados. Y cuando no son forajidos, son torpes e ignorantes. En el peor de los casos son todo revuelto. Estamos llenos de Underwoods.
Sin embargo, hay una tenue luz de esperanza. Hay candidatos, muy pocos, de alguna manera cercanos al ideal que representa Thomas Kirkman, y son ellos quienes pueden iniciar un proceso de cambio, de saneamiento, en la actividad pública. El deber de los ciudadanos, si de verdad queremos una transformación, es votar por estas opciones.
Si Kirkman existiera, sin duda votaría por él. En su ausencia, votaré por el que más se le parezca.
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Nota: nada se gana la alcaldía de Manizales en hacer campaña contra la pólvora y esforzarse en evitar sus estragos, si la alcaldía de Palestina facilita irresponsablemente, y tal vez ilegalmente, su venta y uso.
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