Diciembre, mes que en nuestra cultura y nuestro país se asocia con el florecimiento del espíritu, el reconocimiento de valores como la fraternidad, la solidaridad y la compasión, también llega cargado de una presencia perversa, dañina y bárbara: la pólvora.
Recuerdo desde niño el estruendo de la pólvora, la más ordinaria como papeletas, buscaniguas, totes y voladores; también la que creíamos inofensiva, como las velitas romanas. La primera hacía cada año sus “gracias”, representadas en muchos heridos, básicamente quemados, y también muertos. Las historias nos las sabemos todos y se siguen repitiendo año tras año. Son muchas vidas arruinadas con mutilaciones y quemaduras dolorosas. Después de más de cuarenta años todo sigue igual, y si bien pareciera que hay progresos en el número decreciente de víctimas, lo cierto es que estas siguen haciendo parte del panorama.
Diversas instancias del Gobierno nacional, las gobernaciones y un buen número de alcaldías emprenden arduas campañas de prevención respecto al uso de la pólvora, a un costo muy alto en todo sentido, dedicando todas sus energías para evitar desgracias, las cuales finalmente se cuelan por alguna rendija. La pólvora ordinaria sigue haciendo su feria en diciembre y los primeros días de enero en los sectores populares, es allí a donde generalmente lleva desgracias. La pólvora "glamurosa", la más costosa, la que presentan los vendedores como inofensiva, hace su presencia en los sectores más acomodados. La una y la otra son una tragedia.
Este pasado 24 de diciembre estaba en una finca y desde temprano empezó el ruido ensordecedor, minuto a minuto, sin tregua, como en guerra. ¿Y las luces, los fuegos artificiales? son tan abundantes ya y tan ordinarios, que han perdido toda gracia, cualquier encanto pretérito.
La pólvora que vemos hoy es un vestigio de la cultura traqueta, que llega con la violencia del ruido grotesco y de la agresión a otros seres vivos. Además de ser un permanente atentado contra la vida, la salud y la integridad de las personas, es un ataque alevoso, matón y lleno de maldad contra los animales y la naturaleza. Es solo ver cómo sufren los perros, su angustia, su temor y su profundo malestar. Pero no solo los perros, cantidades de especies de aves padecen la pólvora como el peor ataque a su vida y sus ecosistemas. Es como si año tras año nos sometieran a los humanos a un bombardeo incesante, como si estuviéramos en Siria. El sufrimiento animal a causa de la pólvora es una prueba de la poca empatía y compasión que hemos desarrollado en nuestra sociedad, así haya mucha propaganda sobre nuestro progreso. Además, ya que tanto se habla de la riqueza natural de Colombia, es bueno que quede bien claro el daño perverso que causa la pólvora a nuestro principal patrimonio: la biodiversidad.
Ayer en la mañana, mientras manejaba desde la finca en que me encontraba hacia Manizales, pensaba si valía la pena volver a escribir sobre la pólvora, pues lo hice hace un año. Justo después de descartar la idea escuché en el radio nuevos hechos de luto y pesar por los muertos y quemados de este año, por ello cambié de opinión. Todas las veces que sea necesario habrá que alzar la voz.
En medio de estas ¿qué tiene para decir el municipio de Palestina-Caldas que permite de manera grosera la venta de pólvora en su jurisdicción, a sabiendas de que los compradores no cumplen los mínimos requisitos exigidos por la ley para el uso de este veneno? ¿Algo tiene para contarnos la empresa El Vaquero sobre su irresponsable actividad comercial?
Ojalá llegue el día, o mejor la noche, en que solo nos iluminen las estrellas en Navidad y Año Nuevo.
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