Las antiguas historias del Medio Oriente son pródigas en relatos y descripciones de los mercados: los bazares turcos, los zocos árabes y los mercados persas. Allí se aglutinaban toda suerte de mercaderes y compradores, se ofrecía de todo: esclavos, camellos, esposas, concubinas, baratijas, oro, joyas, alimentos, especias, frutas, telas y un sinnúmero de cosas. Hasta ese lugar llegaban las gentes del común, los califas y sultanes, y aparecían en escena saltimbanquis, magos, adivinadores de suerte y bufones. Los relatos de ‘Las mil y una noches’ nos recrean en sus páginas estos sitios de bullicio e intercambio. Hoy siguen existiendo las medinas, la parte antigua de las ciudades del mundo árabe, donde todavía se respira ese ambiente de efervescencia e intercambio, en el que todo se compra y todo se vende.
Hasta nuestros días se ha conservado la expresión ‘mercado persa’ para denotar ese sitio bullicioso y algo caótico. Peyorativamente hace referencia a un escenario anárquico donde no hay normas ni principios que seguir, donde sale adelante el más ‘vivo’ o tramposo.
Sin duda, cada cuatro años los colombianos vivimos un mercado persa en su sentido más trágico con la elección de congresistas. Si bien el clientelismo y el intercambio de favores han sido la constante en época electoral, ahora más que nunca se han exacerbado y la conquista del voto de los electores se ha convertido en una cacería desbocada, sanguinaria y sin principio alguno.
La campaña para Senado de la República es dramática. La Constitución de 1991 estableció que los senadores serían elegidos por una circunscripción nacional; es decir, que su ámbito geográfico para obtener votos sería todo el país. Esto que se hizo con sanas intenciones, pues quería favorecer a minorías políticas para que no fueran ‘masacradas’ en los pequeños feudos electorales y también para darle una oportunidad al voto de opinión, ha derivado en un grotesco e impúdico espectáculo de mercaderes regados por todo el país recogiendo votos aquí y allá sin tener ninguna conexión con las regiones y los electores y sin hacer una propuesta nacional sólida y seria. Mediocres políticos de todos lados recogiendo votos en todos lados. Ahora bien ¿quiénes pueden hacer estas campañas de omnipresencia nacional? Obviamente aquellos con unas billeteras llenas y unos dineros de procedencia dudosa, por decir lo menos.
Ver las pancartas y afiches que inundan las calles de todas las ciudades produce risa, pero también molestia. Candidatos sin contenido que acuden a tontos y ridículos lemas de campaña. El voto nacional para Senado se ha convertido en una tragedia atravesada por una gran corrupción.
Por el lado de la Cámara de Representantes sí que sobresale la mediocridad, muchas candidaturas a ella son el premio a la obediencia a capos y caciques, o la consecuencia de una oferta de muchos millones de pesos para financiar al padrino de turno y a la propia campaña. Los futuros representantes son políticos dedicados a la pequeña intriga, a alianzas de todo tipo sin principio alguno más allá de la consecución del poder, que deciden dar el salto al escenario nacional, sin entender nada de lo que tiene que ver con las urgencias y necesidades de un Estado y una sociedad.
Para completar el panorama aparecen candidatos destinados a reemplazar a delincuentes ya condenados por la justicia o procesados con una alta carga probatoria en contra. Parapolíticos, ladrones, asesinos, usurpadores de tierras y otros criminales serán reemplazados por sus cónyuges, hijos, hermanos, primos, sobrinos, amigotes, amantes y demás. Sin duda es una catástrofe.
A pesar de todo lo anterior, hay un pequeño porcentaje de buenos candidatos, no más del 10 por ciento, con propuestas serias y honestas, quienes de verdad significan una esperanza para un país mejor. El problema es que no la tienen nada fácil en medio de la jauría. Ojalá salgan electos, y esto depende en buena medida de nosotros.
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