Todo año nuevo viene cargado de buenas intenciones, nobles propósitos y disciplinados planes de trabajo para lograr objetivos deseados. Propósitos personales como bajar de peso, mejorar los ingresos, estudiar, viajar, conseguir pareja y otros más; en lo social lograr la paz, claro que mejor decir las mil paces que los diferentes individuos y grupos sueñan, sacar de la pobreza a quienes están en ella, extirpar la corrupción y contar con una economía boyante están dentro de las aspiraciones más comunes.
Sin embargo, a medida que pasa enero y llega febrero todos estos planes, o fantasías, se van diluyendo en medio de las urgencias cotidianas, las licencias que nos damos día a día, los problemas que despiertan con nosotros y las disputas que surgen entre las personas y los grupos.
En medio de estos planes siempre incumplidos y quimeras, se va filtrando una realidad mucho más prosaica, más tosca y burda, la cual domina nuestro tiempo, y esa sí parece ir cumpliendo sus metas y propósitos, como conduciéndonos a un destino inapelable.
Este 2018 llega con elecciones de Congreso y presidente, lo cual ocupará parte de nuestra atención. Por una parte, es un asunto muy importante, pues de lo que decidamos este año dependerá el rumbo que el país tome. Por otro lado, regodearnos en este asunto, entregarnos a interminables y bizantinos debates políticos, solo nos servirá para evitar mirar dónde están los temas y problemas que de verdad importan.
Hace pocos días leí un artículo en el diario El Espectador que me dejó horrorizado: la expansión del cultivo de palma africana en el piedemonte llanero, departamento del Meta, ha llevado a que la población de aves de esta región haya disminuido de 761 a 44 especies. Este dato, que para algunos parecerá información pertinente solo para ornitológos y avistadores de aves, es de una importancia radical para los humanos y para nosotros como país. Esta tragedia biológica no es la única mala noticia en este frente, hay centenares todos los días, como por ejemplo la contaminación de los ríos con material de minería, la pérdida de las semillas autóctonas, la tala de bosques, la pérdida de los arrecifes de coral y destrucción de fuentes de agua.
En reciente visita a los Emiratos Árabes, el presidente Santos revivió el tema de la explotación de oro en el Paramo de Santurbán invitando a los jeques de Abu Dhabi a desarrollar un proyecto aurífero en ese santuario de biodiversidad y producción de agua. Invitación suicida.
Colombia es el segundo país con mayor biodiversidad en el mundo, después de Brasil, y esto teniendo muchísimo menos territorio. Pero estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para destruir esta riqueza que, en nuestra terrible ceguera, no alcanzamos a ver. Queremos emular al Rey Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba pero que finalmente no pudo comer ni beber oro.
Lo que se denomina hoy como 'lo ambiental' no se restringe solamente a la conservación de la naturaleza, es más bien el punto de partida para transformar la manera en que vivimos los humanos y cómo nos relacionamos entre nosotros. Nos obliga a todos: individuos, empresas y Estado a cambiar muchos de nuestros hábitos y maneras de pensar y comportarnos. Este sí tiene que ser un propósito para este año y muchos más por delante, sin dilaciones o abandonos.
Según el informe del Instituto Humbolt, Colombia es el país más rico en aves y orquídeas; el segundo en plantas, anfibios, mariposas y peces de agua dulce, el tercero en palmas y réptiles y el cuarto en mamíferos, todo a nivel mundial. Aquí está la verdadera riqueza. No la podemos destruir.
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