El proceso de paz con las Farc, del cual ya se cumplió la primera parte, o sea el desarme de esta guerrilla y el paso de sus integrantes a la vida civil, y faltando la segunda parte, la ejecución de los acuerdos pactados en sus diversas materias, se enmarca en un ambiente curioso, por decir lo menos. Resulta que hay una fuerte corriente en el país, que llega a casi la mitad de la población, que ha recibido de mala gana la buena noticia del desarme guerrillero y de la desaparición de las Farc, y que a cada paso que se avanza argumenta un nuevo problema u obstáculo, en un ejercicio con frecuencia paranoico. Este estado de ánimo de parte de la sociedad es alimentado con furia día a día por políticos agoreros que están esparciendo a su paso semillas de discordia y desesperanza.
La inmensa mayoría de quienes son entusiastas contradictores del acuerdo de paz logrado, léase Farc, y por lograr, léase Eln, nunca han tenido contacto directo con la guerra, y también esa gran mayoría no ha sido víctima de la violencia. ¿Por qué entonces tanta inquina con el silencio de fusiles y bombas? Tal vez porque juzgamos desde nuestra estrecha experiencia de vida y, nuevamente, por la irresponsable acción de políticos.
¿Para quién es bueno que termine la guerra? Para todos, sin duda. Y para algunos en especial es un tesoro, el evento que cambia su vida.
Hace unos pocos días, vi un muy buen programa de la Señal Institucional, valga decir que si pasamos con mayor frecuencia por este canal público y por Señal Colombia, podremos encontrar contenidos de muy alta calidad y pertinencia. ‘Camino Esperanza’ recoge testimonios de personas que han sufrido la violencia, la guerra, para que quienes no hemos vivido estas experiencias tengamos un mejor entendimiento de sus vidas, dolores y anhelos. Su presentación es fresca y sin duda cumple su objetivo.
Rosa Helena Andrade es una joven de unos 30 años, del Putumayo, que ahora vive en Buga, y quien desde muy niña fue rechazada por su madre por el solo hecho de ser mujer. Fueron tantos golpes, maltratos y abandono, que con solo 11 años abandona su hogar, si es que puede llamársele así, y empieza a vagar por el monte. No sabía leer, escribir, contar ni reconocer los billetes. Robaba comida para sobrevivir, hasta que un tendero la sorprende sacándose un par de yogures y la viola. Tendría 12 años. Luego se convierte en raspachín de hoja de coca, en sus palabras se había convertido en “un machito completo”, hasta que conoce a otro niño que estaba en proceso de volverse miliciano de la guerrilla, este niño era su hermano. Ella sigue sus pasos y se convierte en “sapita”, para luego, sin darse cuenta ser ya miliciana y guerrillera. A los 18 años queda embarazada y debe abandonar a su hija. Le asignan obligadamente compañeros sexuales sin importar su consentimiento, sufriendo una permanente violación. En un intento de abandonar la guerrilla es emboscada junto a otros desertores y sus mismos compañeros de las Farc ejercen una brutal violencia contra ellos. Rosa Helena sobrevive a una grave herida y termina en un hospital, donde inicia su proceso de reintegración. Una víctima que se convierte en victimario, pero que nunca deja de ser víctima. Lleva tres años empezando una nueva vida, está ya con su hija y otra que adoptó al ver que vivía un abandono como el que ella sufrió. Es consciente que en algún momento hizo daño y pide perdón a sus víctimas y la sociedad. Su sustento hoy lo deriva de un modesto trabajo honrado.
¿Es una desalmada terrorista? o ¿es una víctima de toda la sociedad, sus padres, que en algún momento con seguridad también fueron agredidos, y de las Farc?
Rosa Helena y cientos de miles de campesinos tienen derecho a la paz, a que por lo menos la guerra y la violencia no sea el sino de su existencia. No creo que tengamos derecho a oponernos.
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