Los venezolanos no aguantan más, no dan más. Escuchar sus relatos genera un profundo pesar, una gran impotencia. Venezuela es un país destruido, vuelto añicos. Siempre que dedico esta columna a nuestros vecinos, converso previamente con personas que conozco y que viven allá y cada vez quedo más impactado con sus relatos. Los hechos son impresionantes.
Una profesional debió prescindir de los servicios de la persona que cuidaba a su mamá, una anciana con una enfermedad degenerativa y terminal, pues su salario solo le alcanzaba para pagarle a la cuidadora, no le quedaba ni para el mercado. Ahora deja a su madre sola mientras va al trabajo, regresa de afán para atenderla, lo cual incluye cambiarle pañales, alimentarla, asearla y darle los medicamentos. No recibe ni medicinas ni soporte del gobierno.
Un padre fue testigo de la muerte de sus hijos gemelos recién nacidos, prematuros, pues no había incubadoras. Los niños mueren a diario por falta de medicamentos. No hay remedios oncológicos. En el Hospital de Niños de Caracas, sus pequeños pacientes pueden comer porque un grupo de dueños de restaurantes se unieron para preparar y llevarles sopa de manera gratuita. En este hospital, de 12 salas de quirófanos solo opera una. La escena de personas comiendo de la basura en las calles ya no sorprende a nadie, se volvió general y cotidiana. Ahora el hambre ha llevado a que se cacen perros callejeros para comérselos.
El salario mínimo es de 248 mil bolívares, o sea que sirve para un kilo de arroz de 120 mil y un kilo de azúcar de 130 mil. La desnutrición y la pérdida de peso en Venezuela es general, nadie se escapa. Bueno, Maduro sigue engordando.
En lo que ha durado el régimen chavista, 18 años, han salido de Venezuela 2 millones de personas. Su huida no es una manifestación política, se debe a física necesidad. Las razones de los migrantes son, en su orden, comida, ingresos, salud y seguridad. A Colombia han llegado 500 mil y un millón tienen tarjeta de paso que los habilita para cruzar la frontera y abastecerse de bienes de primera necesidad. Muchas mujeres vienen a nuestro país solo para dar a luz, pues no quieren poner en riesgo la vida de sus futuros hijos. A Brasil también llegan, principalmente al estado de Roraima, a las ciudades de Pacaraima y Boa Vista. Unos a mercar y otros a trabajar en cualquier cosa, incluyendo la prostitución. También hay refugiados, especialmente indígenas.
Guyana, el vecino más modesto de Venezuela, está recibiendo diariamente decenas de inmigrantes, que huyen por el río Orinoco y por el mar. Buscan algo de alimento y salud. La malaria y el sarampión también están cruzando la frontera y representan un desafío para el sistema de salud de Guyana.
La gente sale como puede de Venezuela: en avión, carro, bus, por ríos y mar, incluso a pie.
Hace unos días, en una grotesca y flagrante violación a las más elementales normas del Derecho Internacional Humanitario, fueron ejecutados varios policías que se habían rebelado contra el gobierno. Querían entregarse y afrontar los cargos, pero Maduro solo los quería muertos. Entre estos estaba Óscar Pérez, quien gozaba de mucho aprecio entre la gente.
El gobierno acaba de anunciar que se llevarán a cabo elecciones presidenciales antes de que acabe abril. Todo está dado para que nuevamente se roben los resultados. Ya han descalificado con sanciones absurdas e ilegítimas a los opositores de peso. Han creado el escenario perfecto para una farsa que les permitirá quedarse seis años más en el poder. Se ha configurado un Estado forajido. No existe el Estado de Derecho.
Le pregunté a una amiga con quien hablé hace un par de horas: ¿Cómo van a hacer para aguantar otros seis años? Me respondió que ya no pueden aguantar otros seis meses.
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