"Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo..." así comienza el Manifiesto Comunista de Marx y Engels publicado en 1848. Hoy podríamos parafrasear estas palabras con su signo contrario: "Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del fascismo".
El problema es que tenemos una idea fija de este fenómeno social y político que lo liga exclusivamente a la Segunda Guerra Mundial, con Mussolini y Hitler. Pero el fascismo no murió en 1945 con el fin de la guerra. Si bien hoy sus manifestaciones no son tan dramáticas como en ese momento, su existencia es una realidad. Sin aplicarle el sello o nombre de fascismo, muchas sociedades están aceptando esta ideología y sus consecuencias en la vida social y política. La última manifestación de un fenómeno fascista es la candidatura del exmilitar Jair Bolsonaro en Brasil y su muy posible, y trágica, elección como Presidente.
Trump tiene las calidades de un líder fascista. En Europa se dan brotes periódicos: en Francia con Jean Marie Le Pen y su hija Marine, en Holanda con Wilders, en Italia con los partidos Cinco Estrellas y la Liga del Norte -hoy en el poder-, y en Suecia, país reconocido y admirado por su democracia política y económica, va ganando terreno la extrema derecha. También hay que mencionar a Polonia y su actual gobierno y a Hungría, que en la Segunda Guerra fue decididamente pronazi, y que después del período comunista ha vuelto a la senda de los camisas negras. En Asia sin duda su foco más brillante es Duderte en Filipinas, pero también hay manifestaciones recurrentes en el sudeste asiático.
Aquí en el vecindario, no sería de extrañar que el día de mañana en Venezuela germinara un partido de ultraderecha y que, luego de pasada la tragedia Maduro-chavista, tomara el poder.
En Colombia también hemos conocido el fenómeno. Ya casi está olvidado el tiempo de Laureano Gómez y lo que fue su visceral radicalismo. Desde el año 2002 y hasta nuestros días lo que fue el gobierno de Álvaro Uribe y lo que es hoy su partido, el Centro Democrático, son expresiones de lo que podríamos llamar, ahora parafraseando a su antítesis, Hugo Chávez, 'el fascismo del siglo XXI'. Esta afirmación parecerá escandalosa para muchos, pues los seguidores de Uribe se cuentan por millones, pero tiene sustento en la realidad, la historia y en lo que es una disección sociológica del fenómeno -entre muchos análisis, el hecho por Erich Fromm en los años sesenta en su libro Miedo a la Libertad muestra de manera magistral la estructura básica del fascismo-.
El fascismo llega en tiempos de crisis de la mano de un ser superdotado que lo alivia todo, que lo resuelve todo, el nuevo mesías. Siempre se acude al sentimiento nacionalista, a la exaltación de 'la patria', ese valor superior que no admite cuestionamiento alguno. La propaganda, a lo Goebbels, está en el corazón del régimen y de alguna manera u otra se busca dominar la mente de la gente. Se acude a las mentiras, se teme a la libertad individual y a la autodeterminación de las personas, se busca a toda costa eliminar a los contradictores, a quienes se convierte en monstruos. Un propósito de Estado es la uniformidad sin posibilidad de matices o colores.
Sin duda, el fascismo de hoy no es el de hace 70 años, no está representado en las desoladas marchas pro nazis que se dan esporádicamente o por aquellos que tienen clubes y cofradías para adorar a Hitler. El fascismo de hoy llega camuflado y se mimetiza en los tiempos modernos. Para ver cómo se manifiesta en pleno siglo XXI vale la pena leer al intelectual holandés Bob Riemen.
Para Riemen el fascismo es una expresión de los instintos y sentimientos más oscuros del ser humano y siempre está larvado en el seno de la democracia, es un riesgo que nunca se extingue, por lo cual siempre hay que estar alertas, atentos a sus brotes, para remediarlos con la firmeza de los principios democráticos.
Ojalá tengamos la claridad necesaria para identificar siempre el riesgo fascista y poderlo disolver a través del fortalecimiento de una sociedad sensible a las diferencias, a la libertad y las necesidades del otro, fiel a la democracia liberal, la división de poderes, que sospecha de soluciones mágicas y rápidas para los problemas, tanto como de los superhéroes.
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