Antes de tratar cualquier tema de la vida nacional, es obligación hacer una referencia a la tragedia que vive Manizales hoy debido al descomunal aguacero que cayó sobre la ciudad en las primeras horas de ayer. En una noche llovió más de lo que tradicionalmente sucede en un mes, un 50 % más de la precipitación de lluvia que causó el desastre de Mocoa. Si bien en lo que pasó hay un componente superior a las posibilidades humanas, también es cierto que el grado de daño, tanto en Manizales como en Mocoa, obedece a falta de prudencia y previsión de las autoridades gubernamentales, básicamente a nivel local, y en últimas, a un fenómeno que ya cambió nuestras vidas, aunque parece que no nos hubiéramos dado cuenta: el cambio climático, el cual es causado por un consumo desbordado y desmedido en casi todo el planeta. Si no hay un cambio drástico en la manera en que vivimos, cualquier problema de orden social o político será una nimiedad ante lo que se nos puede venir respecto al deterioro ambiental.
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Todo parece indicar que los expresidentes Uribe y Pastrana tuvieron un breve encuentro con el presidente de Estados Unidos Donald Trump, el gobernante más poderoso del mundo, aquel que dice que el cambio climático no existe y que promueve una economía depredadora del ambiente. No fue la ‘cumbre’ de estadistas que quiso presentar Pastrana en un trino, pero tampoco puede uno creer que hablaron trivialidades. Por corto que fuera el encuentro, los expresidentes expusieron sus ideas básicas sobre Colombia, y en especial sobre el tema que los desvela y los une: el acuerdo de paz entre el Gobierno nacional y las Farc.
Uribe, desde el inicio de los diálogos de La Habana, ha sido el más férreo y feroz opositor a un acuerdo de paz con las guerrillas, y Pastrana se le sumó en los últimos tres años con sus críticas, haciéndolas más virulentas a medida que el proceso de paz avanzaba. ¿Por qué esta obsesión? La respuesta es una: porque ellos no pudieron hacerlo. Porque ninguno de los dos sacó adelante un proceso de paz. Pastrana lo intentó todo en el Caguán, hizo enormes concesiones sobre cómo negociar, y en tres años y medio de diálogos lo único que pudo presentar fue una agenda, de la que no se llegó a acuerdo en ninguno de sus puntos. ¿Un esfuerzo inútil? No, todo lo contrario. Sin los aprendizajes del Caguán nunca se habría llegado al acuerdo de La Habana.
Por su parte Uribe, durante su segundo mandato, buscó a las Farc a través de intermediarios para invitarlos a sentarse a la mesa y resolver a través de un acuerdo el conflicto armado, el mismo que negó por tanto tiempo. Sus ofrecimientos, como consta en numerosas pruebas documentales, poco distan de lo concedido por el presidente Santos, incluso en el tema más polémico del acuerdo logrado el año pasado: la justicia transicional.
Ambos expresidentes han buscado por todos los medios anular algo que en cualquier sociedad sensata se cuidaría como un tesoro: el fin de una guerra, la apertura de la puerta de la paz. En Uribe se siente una rabia enorme, en Pastrana una envidia que se lo come.
Sin duda hubo ‘química’ entre Trump y los expresidentes. Uribe y Trump tienen empatía en su mirada de derecha radical, ambos autoritarios y más amigos de la fuerza que de la razón. Pastrana y Trump se encuentran en su banalidad, en su superficialidad. Entre los tres con seguridad se entienden, sin importarles que su camaradería arrase con la posibilidad de construir un país en paz.
Ojalá Trump siga muy ocupado con todos los problemas que enfrenta o que él mismo crea, y así no tenga tiempo de ocuparse de nosotros.
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