La consolidación de la paz y el destierro de la corrupción son las tareas más importantes que como sociedad afrontamos en este momento los colombianos. La violencia y el robo al Estado han sido los dos factores más perturbadores de la vida nacional en ya más de dos décadas, y aparecen a los ojos del ciudadano como los principales motivos de indignación y rabia.
Cuando se miran los efectos de estos dos males y se suma las pérdidas que han dejado, queda la impresión de que se han engullido grotescamente una buena tajada de una torta destinada para el bienestar colectivo, causando un desánimo y una frustración que enferman silenciosamente a todos.
Para fortuna, existen hoy circunstancias y hechos que nos permiten pensar que podemos pasar de la impotencia a la esperanza, confiar en que si hacemos lo que es debido podremos tener un país muy distinto.
El escándalo de Odebrech, que reveló un entramado de corrupción de dimensiones descomunales, pues que una compañía destine más de 700 millones de dólares para comprar funcionarios públicos en varios países no es poca cosa, tendrá la virtud de operar como el empujón que hacía falta para provocar un cambio importante en la sociedad y el Estado tendiente a combatir y minimizar los actos de corrupción en muy buena medida. Estamos llegando a un nivel en el que pareciera que no hay capacidad para más indignación. Decenas de casos día a día.
La iniciativa de una consulta popular anticorrupción, de la senadora Claudia López, tiene la posibilidad de poner en marcha una energía renovadora para la política nacional. De salir adelante, no cabe duda que muchas cosas empezarán a cambiar y se podría generar una fisura a un sistema político que no solo tolera la corrupción, sino que exige su práctica para sostenerse y progresar. La gran mayoría de los congresistas acuden a actos de corrupción para mantener su poder. No será fácil, pues de entrada hay que recoger 5 millones de firmas y luego que 11 millones de votantes respalden la iniciativa en las urnas.
En cuanto a la oportunidad de vivir en un país sin violencia, estamos dando unos pasos muy importantes. El enorme significado del pacto de paz con las Farc no lo hemos dimensionado aún, pues el hecho de tener un país dividido respecto a las condiciones del acuerdo nos ha enfrascado en unas polémicas muy desgastantes, y que nos hacen perder el horizonte. La desaparición de esta guerrilla transformará sin lugar a dudas la vida de todo el país, y muy especialmente de muchas regiones que han vivido la guerra por largo tiempo. También hay razones para pensar que el Eln dejará las armas y sus miembros regresarán a la vida civil.
El tránsito de la guerra a la paz tiene enormes desafíos, mucho trabajo por delante. Ante todo, hay que cumplir los acuerdos que se establezcan. Es bueno advertir que lo pactado con las Farc no está siendo desarrollado de la mejor manera: un atraso vergonzoso en la adecuación de las zonas de concentración para la guerrilla, morosidad en la aplicación de la ley de amnistía, cambios inconvenientes que el fiscal general le quiere introducir al mecanismo de Justicia Especial para la Paz, nula iniciativa gubernamental en los proyectos que debe pasar al Congreso sobre la reforma rural, entre otros, y tenemos que sumar a este cuadro que ya van más de 100 líderes sociales asesinados desde el año pasado. Todo sin contar el avance de organizaciones criminales que se están tomando las regiones dejadas por las Farc.
Los desafíos son enormes, los riesgos están presentes. Pero contamos con una semilla para la transformación, hay que cultivarla.
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