En 2010 voté por Mockus en primera y segunda vuelta. Lamenté profundamente su derrota y la llegada a la presidencia de Juan Manuel Santos. La Ola Verde de ese entonces representó, por unas semanas, la posibilidad real de un cambio profundo en la política colombiana, con la esperanza de que bajaba ‘un poquito el índice de pillaje’ de congresistas y sus mafias, parafraseando al Profesor Súper O, y la ilusión de que el Gobierno pudiera de verdad representar el interés general.
Al año de gestión de Santos, la fuerza de los hechos obligó a mirar su gobierno de otra manera. Se veía un gobierno más liberal, democrático, apegado a la ley, lejano del autoritarismo y que tenía una perspectiva novedosa del nudo gordiano de los últimos 60 años de nuestra historia: la guerra y la paz. La paradoja en ese momento fue que muchos opositores o malquerientes del Presidente empezaron a sentir simpatía por él; por su parte, la mayoría de sus votantes comenzaron a transitar un camino sin retorno de desconcierto y rabia que terminó en odio hacia el mandatario, argumentaban haber sido traicionados. Al final Santos tendría la razón y terminaría odiado por los de su clase, por la élite.
Santos cumplió lo que los seis presidentes que lo antecedieron buscaron y nunca pudieron lograr: la terminación del conflicto armado con la guerrilla más fuerte y grande que ha tenido el país y que siempre tuvo como propósito la toma del poder. Este hecho es de una importancia suprema para la sociedad en su conjunto; para millones de personas, especialmente campesinos, que han sufrido la guerra por décadas; para los jóvenes que iban a la guerra por uno u otro bando; para el funcionamiento de todas las instituciones públicas, y para la economía. Lo curioso es que tanta gente, millones de ciudadanos, no vean este hecho protuberante, evidente, lo que en Derecho se llamaría un ‘hecho notorio’.
Desde un comienzo, el proceso de paz tuvo una oposición radical, profunda y visceral, que a cada progreso en las negociaciones argumentaba nuevas objeciones, que nunca daba tregua y que con buena ayuda de la mentira y la propaganda goebbeliana logró que el 2 de octubre de 2016, la mitad de los votantes más unos pocos, rechazaran el primer acuerdo logrado con las Farc. Finalmente, se llegó a un acuerdo de paz que recogía buena parte de las objeciones de la feroz oposición, la que incluía a una recalcitrante ultraderecha, y el 24 de noviembre del mismo año fue firmado el Acuerdo del Teatro Colón.
Sin duda, algunos elementos del acuerdo de paz pueden ser incómodos, algo problemáticos, pero nunca superarán los beneficios de acabar una guerra. Todo el mundo quiere la paz, pero muchos la exigen totalmente gratis, y así es imposible. Todo el mundo está recibiendo los beneficios de la desaparición de las Farc, pero muchos no se dan por enterados de que esto se debe a Santos y a De La Calle. Hay un enorme desagradecimiento, pues se desconoce el beneficio que se recibe. Cabe un gran reconocimiento a las Fuerzas Armadas, pues su respaldo a la salida negociada fue generoso y sin ambages. En este sentido el trabajo del ministro Luis Carlos Villegas fue fundamental, pues tuvo la capacidad de crear confianza dentro de las fuerzas armadas hacia la paz negociada, representándolas en las distintas instancias del gobierno y comunicándoles permanentemente los beneficios de un acuerdo de paz.
Hay una lista adicional de aciertos de Santos en varios frentes: construcción de vivienda gratis y subsidiada como nunca antes; crecimiento sin precedentes en recursos para la educación; cobertura total en salud con igualdad de derechos para los regímenes contributivo y subsidiado; expansión vial en procura de transformar nuestra precaria red de carreteras; salto en conectividad; la expedición de la invaluable ley de víctimas y restitución de tierras; la ampliación de las áreas protegidas en parques nacionales, especialmente en Chibiriquete; el crecimiento sin precedentes del turismo; la eliminación de visados para colombianos , por ejemplo para viajar a Europa; inversión extranjera al alza, y un sistema más equitativo de transferencias de regalías a las regiones.
Para lo que prometía ser su gobierno en 2010, el resultado de 2018 tiene un saldo muy positivo, sin duda. Lo que queda pendiente, es responsabilidad de los gobiernos que vienen y de todos nosotros, los ciudadanos.
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