Ya van quedando atrás las elecciones de Congreso y, casi sin tiempo para digerirlas, toda la atención se centra ahora en la campaña presidencial. Para no pasar de largo por lo que representa el nuevo Congreso habría que hacer tres anotaciones. En primer lugar, y sin que sea una sorpresa para nadie, una buena porción de los senadores y representantes, algo así como dos tercios, lograron sus posiciones por una frenética actividad clientelista alimentada de pequeños favores, contratos, cargos públicos, compra de intermediarios eufemísticamente llamados líderes populares, y una buena dosis de dinero, aguardiente, fritanga y música de fiesta.
Dentro de este voto clientelista, el segundo fenómeno es la elección de portavoces de empresas criminales: tendremos medio centenar de congresistas que representan causas políticas signadas por sus alianzas con viejos y nuevos paramilitares, por casos groseros de corrupción o financiaciones del bajo mundo. Ejemplo de esto es la elección de la nueva senadora Aida Merlano, heredera del caudal político de Roberto Gerlein, a quien la Fiscalía le estaba siguiendo la pista en Barranquilla y pudo descubrir su maquinaria delincuencial para hacerse a los votos, con un estimativo preliminar de un gasto de seis mil millones de pesos. Lo más probable es que la congresista no pueda tomar posesión de su escaño, pero nos pone a pensar en las decenas de congresistas que ejercerán luego de haber acudido a medios similares para lograr su puesto.
En tercer lugar, y por fin una buena noticia, se evidenció el crecimiento del voto de opinión: la Alianza Verde, el Polo Democrático, los Decentes y el Centro Democrático, representan un voto no mediado por la compra-venta, sus electores votaron por una convicción íntima de estar realizando la mejor escogencia. Ahora bien, es bueno no idealizar el voto de opinión, pues en este puede intervenir el prejuicio y el ánimo pendenciero. Entre criminales, ladrones, fanáticos y sensatos tenemos una buena mezcla psicológica próxima a la bipolaridad.
Con las consultas del pasado 11 de marzo va ganando claridad la carrera por la presidencia. Se va reduciendo el número de competidores y se definen las fuerzas ideológicas que estarán en disputa. Sin duda, tanto los resultados de la consulta como la última encuesta publicada hace dos días, la de Yanhaas, que le da un 40% de intención de voto, Iván Duque como representante de la derecha ha logrado una distancia amplia respecto a los demás candidatos y se hace muy difícil que no pase a segunda vuelta. Gustavo Petro también se fortaleció con la consulta y esa encuesta le da un 24%; si bien tiene también buen chance de pasar a segunda vuelta, sin duda allí sería derrotado.
Además de Duque y Petro solo hay tres candidatos con alguna posibilidad: Vargas Lleras que depende de los apoyos que sonsaque al Partido Liberal, al Conservador y a la U. Los otros dos son Fajardo y De La Calle, quienes mejor representan una alternativa de centro político y encarnan un proyecto fresco que busca construir un Estado pulcro y una sociedad democrática e inclusiva. Como están las cosas hoy, su viabilidad depende de que se unan, lo cual implica que uno de los dos renuncie a su candidatura y apoye al otro. No es una tarea fácil, pero se va perfilando como la única que puede lograr la proeza de que esta orientación política pase a segunda vuelta y ya en esta instancia su probabilidad de ganar la presidencia aumenta sustancialmente. Si finalmente se logra esta unión, será un hecho agridulce: dulce por la supervivencia de una opción en la que muchos creemos, agria por el sacrificio de uno de ellos, pues ambos son, para mi gusto, los mejores y más convenientes candidatos. En un país de fantasía una segunda vuelta De La Calle – Fajardo sería un exquisito dilema. Pero la realidad nos llama a que el dilema sea agridulce.
Desde mañana llegará una nueva cosecha de encuestas, entonces veremos cómo se va moviendo el panorama.