Una excelente noticia hemos recibido los colombianos: somos menos de lo calculado. Según estimativos del DANE para 2018 deberíamos haber llegado a los 50 millones de habitantes, cálculo oficial y verdad sin discusión. Sin embargo, el censo realizado este año arrojará una cifra diferente: 46 millones. Es decir, 4 millones menos de personas, o un 8 %.
Sin duda, en la base de todos los problemas que afronta la especie humana está el crecimiento poblacional. A finales de 2011 el mundo llegó a 7.000 millones de habitantes. Hoy estamos arribando a los 7.700 millones, es decir 700 millones más de personas en tan solo 7 años. Es como si aparecieran en estos últimos 7 años 15 colombias en términos poblacionales.
Ahora bien, no es solo el crecimiento demográfico el causante de los grandes problemas que afrontamos, sino la relación entre este y la desbocada demanda por recursos que provee el planeta. Esta creciente e insostenible demanda tiene sus raíces en un sistema económico que como premisa básica tiene la de producir y producir para vender y vender.
Al final del siglo XVIII el reverendo británico Thomas Malthus publicó el “Ensayo sobre el principio de la población”, el primer estudio sobre demografía, cuya principal tesis era que el crecimiento de la población era mucho más veloz que el de la producción de los medios de subsistencia.
Este principio malthusiano no tiene prácticamente vigencia hoy, pues el desarrollo exponencial de la producción de bienes y servicios supera de manera astronómica al de su tiempo. Pero hay un pero enorme, el consumo percápita ha crecido de manera desbocada. La producción actual para un consumo desbordado y codicioso es lo que ha llevado al límite la extracción inmisericorde de recursos naturales, la explotación de la tierra y la generación de desechos y basuras. Es el éxito convertido en fracaso.
Una de las más grandes contradicciones hoy en día es la que se da entre la producción de alimentos, la persistencia del hambre y el desperdicio de cerca del 30 % de lo producido (1.300 millones de toneladas al año en el mundo según la FAO). Este patrón se reproduce en Colombia con el mismo porcentaje según el Departamento Nacional de Planeación.
La inconsciencia criminal sobre la comida lleva a que 1.000 millones de personas en el mundo sufran de hambre y que continúe la destrucción de invaluables ecosistemas para la instalación de infinitos monocultivos con sus devastadoras consecuencias para la riqueza de la tierra y la diversidad de fauna y flora.
Que seamos menos de lo esperado en Colombia es muy buena noticia, pues habrá menor presión sobre los frágiles recursos naturales y menos capacidad de daño ambiental. Pero esto nunca será suficiente, pues el actual sistema económico está basado en una oferta siempre creciente, una demanda desmedida y la repetición del ciclo una y otra vez. La buena noticia es que empiezan a fortalecerse fenómenos que contrarrestan esta tendencia autodestructiva, como lo son una mayor conciencia sobre la protección del ambiente y la naturaleza y un consumo racional. El futuro dependerá de quien gane el pulso entre estas dos fuerzas, y de lograrlo la protección sobre la destrucción, también será definitivo cuándo sea esa victoria, para saber si todavía estamos a tiempo.
Aprovechando que somos menos de lo esperado, y si de verdad hay una intención de salvar el planeta en general y en particular nuestro país, el Estado está en la obligación de fortalecer las leyes y medidas protectoras de la tierra, el agua y el aire que generen más constricciones respecto a una producción desquiciada y a unos hábitos malsanos, esto por una parte. Por otra, tiene que emerger una educación que no esté promoviendo el éxito individual a toda hora y que por el contrario invite a metas más solidarias y humanamente edificantes. Así a lo mejor salvemos el planeta y el aire más próximo que respiramos.
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