Mis primeros recuerdos de Belisario Betancur vienen de 1978, cuando doblé votos de él para la elección presidencial que ese año perdió por estrecho margen con Julio Cesar Turbay. En ese entonces no existían los tarjetones y había que doblar unos papelitos con el nombre del candidato que se depositaban en unos sobres también pequeños, luego estos eran entregados por los activistas de los partidos a los posibles votantes. En 1982 Belisario ganó la Presidencia, recuerdo que le hice mucha fuerza y me causó mucha alegría su elección. Por ese entonces yo todavía no podía votar.
En el año 2003 fui una tarde a visitar a su taller al pintor David Manzur, con quien había hecho amistad en El Caguán durante el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc, pues ambos tuvimos responsabilidades en esos diálogos. Para mi sorpresa allá estaba el presidente Betancur tomando clases de pintura con David. Fue un encuentro ameno y pudimos conversar un buen rato, el suficiente para saber que la admiración por él seguía intacta. Ese día lo conocí en persona.
Hace unos 5 o 6 años, una amiga cercana de Belisario y Dalita, y buena amiga mía, Gilma Úsuga, me invitó a un cumpleaños del presidente. Tuve la buena fortuna de quedar justo a su lado a la hora del almuerzo, o bueno, más bien por disposición de Dalita. Tenía algo de pena, pues siendo él quien era y además el cumpleañero, no tenía yo ningún mérito para estar a su lado. Sin embargo, comencé a preguntarle muchas cosas que creía adecuadas y así fue surgiendo una rica charla que animó toda la mesa, y sin duda, era Belisario el eje sobre el cual gravitaba la tertulia. Sus historias eran cautivadoras.
Lo volví a ver hace menos de un año, pues Gilma nos invitó a almorzar a su casa unos fríjoles con 'todos los fierros'. Solo éramos 6 personas: la anfitriona, su hijo David, Natalia la novia de este, Belisario, Dalita y yo. Fue una tarde entera que se hizo noche en la cual disfrutamos de su muy gratificante presencia. Nos contó muchas historias: su niñez en una vereda de Amagá y la crianza que le dio su abuela; su paso por el seminario en Yarumal y cómo su indomable inteligencia causaba uno que otro problema a los regentes del piadoso lugar; su llegada a Medellín a terminar bachillerato codeándose con los ricos de la ciudad y cómo nunca perdió su dignidad en medio de sus estrecheces materiales, ganándose el respeto de sus acomodados compañeros; sus estudios de Derecho; su llegada a Bogotá y su rol en la vida política nacional. También hablamos de su relación con Manizales y su profundo agradecimiento con José Restrepo Restrepo y Hernán Jaramillo Ocampo, quienes fueron las primeras personas con peso político que respaldaron sus intenciones de llegar a la presidencia de Colombia. En algún momento le pregunté sobre un evento en particular de su Presidencia, el cual dejaba mal parado a un político todavía vigente y muy importante, a lo cual me contestó 'no me acuerdo'. Creo que más bien quiso ser prudente y dejar toda la agitación del poder atrás. Hay que decir que fue el más goloso de los comensales, pues no dejó rastros de los fríjoles, chicharrones, y demás viandas preparadas por la querida María Laso.
Belisario tenía una sabiduría antigua, de esas que tanto me gustan. Conocedor de la historia, del latín, de las letras y artes. Pero sobre todo, con tanto para contar de su propia vida, él era un manantial del cual siempre brotaban palabras para el deleite de quienes estuvieran a su lado.
Como político llegó a ser un estadista. Quiso cambiar la guerra por la paz. Desafortunadamente fueron muchos quienes lo traicionaron: políticos, gamonales, hacendados, ricos, militares y guerrilleros. Pero su esfuerzo por la paz de Colombia ha rendido sus frutos a lo largo del tiempo. Todos los procesos de paz que hemos visto en tres décadas tienen su raíz, su inspiración, en lo que soñó y por lo que trabajó el presidente Betancur.
La mayor grandeza de Belisario fue haber abandonado la política y despojarse del vestido del poder. Pudo olvidar que fue presidente. La adicción por el poder de la que muchos sufren causa un daño enorme a la sociedad, y muchos "ex" arrasan con todo a su paso con tal de sentir que todavía viven la gloria faraónica.
Su obra maestra al final de su vida fue la discreción de sus honras fúnebres: quiso la compañía de sus amigos de poesía y novelas, de ortografía y gramática. Su cuerpo reposa en un cementerio para ciudadanos comunes y corrientes. Belisario sabía que en el panteón de los presidentes del Cementerio Central de Bogotá se habla mucho de política y sobreviven las intrigas. El solo quería tranquilidad.
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