Hace pocos días debí revisar un punto en particular del Acuerdo de Paz entre el Gobierno nacional y las Farc suscrito el 24 de noviembre del año pasado en el Teatro Colón de Bogotá. Por curiosidad y para recordar un poco sus contenidos, le di una pasada rápida a todo el acuerdo. A medida que iba avanzando en el articulado, empecé a sentir una carga tremenda y ya al terminar quedé con la sensación de que su cumplimiento, en su totalidad, será una tarea prácticamente imposible.
El acuerdo establece unos temas básicos, que tal vez por el paso del tiempo se nos van desdibujando y olvidando: Desarrollo Agrario Integral, Participación Política, Fin del Conflicto, Solución al Problema de las Drogas Ilícitas y Reparación de Víctimas: Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. Sin duda, la agenda desarrollada en La Habana fue tremendamente más concreta y corta que la que se discutió en la negociación del Caguán (1999 a 2002), y se orientó a resolver los asuntos medulares del conflicto armado. Sin embargo, con toda la racionalidad y lógica que representó la agenda negociada, el desarrollo de lo pactado representa un desafío enorme para el Estado, la sociedad y la economía. Al pasar por las 310 páginas del texto van apareciendo tantas obligaciones, tareas, compromisos, instancias, procedimientos y comisiones que hacen imposible retenerlos en la memoria, y se duda de la posibilidad de que se cumpla lo pactado.
Por un lado, mirado ya en retrospectiva, lo cual es de alguna manera un ejercicio facilista, el acuerdo pudo haber sido más sintético, desarrollarse en mucho menos espacio, crear menos mecanismos, usar menos palabras. La extensión del acuerdo, si bien no deseada, era de esperarse, pues no escapa a esa tradición jurídica nuestra de escribir eternos textos, bien sea como leyes o sentencias judiciales. Lo curioso es que ni las Farc, por medio siglo enemigas radicales de las instituciones y la tradición, pudieron escapar al fetiche de creer que entre más extenso el documento legal, más probabilidades hay de su cumplimiento.
¿Se cumplirá en su totalidad el Acuerdo de Paz? me temo que no. Habrá incumplimientos en todos los puntos. Hasta el momento hay desarrollos en algo así como el 20% de lo acordado y son evidentes y de bulto los asuntos en los que no se ha avanzado un ápice.
Trasmití mí inquietud sobre el pobre desarrollo del Acuerdo de Paz a un amigo, quien es un respetado académico que ha hecho un seguimiento muy serio a la implementación del acuerdo y que ha estudiado la evolución de este tipo de pactos en otras partes del mundo. Le dije que al paso que íbamos como mucho se cumpliría un 40%. Su respuesta fue que este porcentaje es prácticamente lo que efectivamente se ha cumplido en los pactos de paz en otros países donde se han vivido conflictos internos o guerras civiles, y esto cuando las cosas salían bien. A su vez presentó un balance más optimista sobre lo que sí se ha cumplido: desarme y desmovilización de más de 9.000 guerrilleros, cesación de la confrontación armada, apertura de la participación política para quienes ejercían la violencia con motivación política y creación de la estructura jurídica para desarrollar los principios de verdad, justicia, reparación y no repetición.
Es evidente que hay un déficit de desarrollo del Acuerdo del Colón, que los trámites jurídicos han sido complejos, que ha existido una oposición a veces virulenta, que el Gobierno y la Farc (el partido que viene de la guerrilla) tienen la obligación de trabajar más duro en la construcción de un buen postconflicto, pero también es evidente que algo muy importante cambió en la vida del país: no existe la guerrilla de las Farc y ya no hay confrontación armada; por este lado no habrá más muertos y mutilados, y esto bien vale la pena.
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