La costumbre de hacer un balance de un gobierno a los cien días de su posesión tuvo su origen en Estados Unidos en 1933, cuando Franklin Delano Roosevelt - FDR, empezó su primer período presidencial. Hay que recordar que la situación era calamitosa y la Gran Depresión golpeaba con rigor a los norteamericanos. El presidente Roosevelt debía introducir medidas vigorosas e inmediatas que generaran un cambio profundo en la vida de la nación, empezando por la necesidad de paliar el hambre que sufrían millones de personas - murieron por esta causa 7 millones, y revertir una caída en picada de la economía que, en 1932, se contrajo en un 27%. El entrante presidente creó un plan de estabilidad y recuperación y en los primeros días y luego semanas actuó como un médico en urgencias que debe evitar a toda costa que el paciente muera. FDR estableció un referente temporal de 100 días para evaluar los cambios hechos y mostrarle al país un horizonte nuevo, pero sobre todo, para que los tempranos resultados y las medidas drásticas que buscaban sacar de la postración a una nación entera infundieran optimismo y esperanza. En estos primeros cien días se gestó el New Deal (Nuevo Acuerdo), la principal obra de gobierno de FDR, que junto a la conducción de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial lo convirtieron en una de las figuras emblemáticas del siglo XX.

Pues bien, esta costumbre de evaluar a un gobierno entrante a los cien días de haberse instalado se prolongó en el tiempo y se expandió por todos los países. En muy pocos casos tiene la importancia del primer período de FDR, incluso podría ser inocuo o intrascendente un corte de cuentas a tan solo haber transcurrido un 6% de un período de cuatro años, pero se volvió ley. Por otro lado, lo que sí puede mostrar una evaluación de este tipo es el talante, el espíritu de un gobierno, sus inclinaciones y preferencias.

A los cien días del gobierno del presidente Iván Duque podemos vislumbrar unas tendencias que marcarán su obra: conservador en su mirada de la sociedad y la cultura; liberal en la economía con cierto acento en la nueva economía; no lo desvelan ni los derechos de las minorías ni la protección ambiental y en relaciones internacionales se alineará con sus pares de derecha en la región y el mundo.

Duque no parece que fuera a ser un nuevo Santos, pero tampoco habría que esperar de él un Uribito. Representa una derecha más urbana y civilista que la de su mentor el expresidente Uribe y su gran dilema sigue siendo si darle gusto a este y su partido Centro Democrático, o mostrar más independencia y abrirse a otros sectores y ampliar la perspectiva de sus políticas y propuestas. Esta parece ser la ‘encrucijada del alma’ de Duque.

En cuanto a la paz firmada en La Habana, Duque da la impresión de querer hacer lo mínimo posible que sea suficiente para acallar posibles críticas internacionales. Por un lado ha manifestado que no hay ni un solo peso para adelantar los compromisos que implica la implementación del acuerdo y por el otro expone su disposición de cumplimiento ante representantes de la Unión Europea, la ONU y más recientemente de la Corte Penal Internacional. Hay que destacar que persiste el incumplimiento de casi todos los puntos del Acuerdo de Paz, y que la negligencia en la atención a los excombatientes guerrilleros que dejaron las armas es el camino más seguro para que muchos de ellos regresen a la violencia y se vinculen a las organizaciones armadas que siguen azotando al país, pues lo único que han sabido hacer hasta ahora es ser peones de la guerra. Tanta propaganda que le ha hecho el Presidente a la recuperación de la seguridad, y esta omisión de su gobierno es el mejor camino para que esa seguridad pregonada sea inalcanzable.

Si hubiera que resumir en una palabra lo que han sido estos 100 días de Duque, la palabra sería dilema.