Al decir una buena 23 se debe suponer que existe una mala 23 y es cierto, las calles de las ciudades tienen vida propia que requieren de planificación y de intervención del Estado. Si recapitulamos la historia de la 23 vemos que esta ha estado engastada en varias funciones que le han alterado su aspecto físico. Hace 50 años pasaba una ruta de bus por ella, algo imposible de imaginar hoy en día. La semipeatonalización los viernes ha sido el último experimento en la 23. La Administración local intuyó que ese cierre debe ir acompañado de entretenimiento cultural contratando grupos musicales, mimos y otros espectaculillos. Comprendió el alcalde que esta vía da para más, y tal vez trate de conjugar con esta actitud la importancia que tiene esta recta para todo el Centro Histórico. Porque el uso que se le dé a esta arteria tendrá repercusiones para todo ese emblemático sector de la ciudad, el cual debe ser convertido en un atractivo turístico sostenible que beneficiará a los manizaleños económicamente.
Pero sucedió en el POT que se enfatizó el uso del suelo del Centro Histórico en las salas de juego de azar y las cantinas, ignorando que ningún centro histórico ha sido salvado por estos dos tipos de negocios legítimos. Los Centros Históricos se salvan con cultura. ¿Qué quiere ver un turista durante su viaje? Pues lo que no tiene en su casa. Lo diferente. Cantinas y casinos no son un atractivo, excepto en Las Vegas, pero por otras razones. Cada ciudad tiene su personalidad y su identidad, la de Manizales gira, en gran parte, alrededor de su Centro Histórico. Esta identidad queda reforzada con cultura, o sea la expresión viva de su gente. Es esto lo que el turista quiere vivir. A la 23 se le debe colocar una infraestructura cultural importante para convertirla en el eje que mueva el Centro Histórico. Necesitamos que los grupos de teatro de la ciudad se avecinen acá; que la gastronomía se tome la 23; que los artesanos vendan más estando ubicados en este sector turístico por excelencia; cafés gourmet ubicados en sitios estratégicos; bares con música en vivo; galerías que le den cabida a las artes plásticas. Por supuesto un museo histórico.
¿Cómo se logra esta concentración de cultura en la carrera 23? Muy simple: subsidio de arriendos para el empresario cultural. Exonerar al propietario del impuesto predial si alquila su inmueble para cultura. Elaborar un programa, una marca y aquel empresario que se vincule subsidiarlo con un porcentaje del arriendo del local. Con dos años que la Alcaldía invierta en la 23 le cambiará su aspecto, y lo que se gasta en los sueldos de los vigilantes del espacio público se lo habrá ahorrado, porque el público de la 23 será otro poco interesado en las baratijas y comidas carentes de higiene básica.
Esta mano de obra acostumbrada a trabajar bajo condiciones adversas será ideal para emplearse en la industria cultural y turística. El plan de desarrollo debe articular lo existente. La curia quiere montar un museo histórico; el Banco de la República tiene una sede moderna, Confa también tiene una monumental casa; la Federación de Cafeteros y su Paisaje Cultural poseen un gran hotel; el Palacio Nacional tiene un interesante auditorio; la Cámara de Comercio igualmente tiene cómo hacer presencia; falta motivar y promover a los particulares y rápidamente la 23 se convertirá en un referente de cómo conciliar intereses y proteger un patrimonio que, fuera de eso, es rentable.
Si el Gobierno no interviene la 23 y la orienta hacia un uso más apropiado esta bella oportunidad de hacer rentar el Centro Histórico, que garantice su sostenimiento, esta vía avanzará en su deterioro, pasará de lumpenizarse a calcutizarse.
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