Salamina, en términos de personalidad, siempre ha sobresalido en el Departamento. Su gente creativa suma una lista larga nunca comparable con otro municipio, que rivaliza solo con Manizales. Salamina tiene esa fama y tiene hombres y mujeres que le hacen honor a esa distinción. Uno de ellos es Fernando Toro.
Describir su obra pictórica es difícil, pero si se toma el medio en que se desenvuelve surgen conceptos contundentes. Autodidacta por terquedad y elegante soberbia muy salamineña, situación que no afecta o desmerece su obra. Viajó por Europa visitando museos copiando los grandes maestros, esa fue parte de su escuela. Vi varios cuadros de esa época que perfectamente pasan el examen de cualquier academia. Hoy en día su trazo dejó atrás la perspectiva y el color, retomando lo básico. Fernando descubrió para sí la esencia y un lenguaje, elementos determinantes de un estilo. Decir que es primitivista sería técnicamente correcto, pero dejaría sin clasificar el contenido y propósito de su obra, que no tiene nada de ingenua.
Con sus murales, ya son dos de tamaño monumental, Fernando Toro innova, pisa terreno nuevo, pero no aspira a ser de vanguardia, porque Fernando se siente comprometido con una tradición, y la vanguardia en el arte occidental sufre del complejo de Adán que se desgasta negando todo lo anterior. No, Fernando mira con holgura y humor el pasado, no le teme, todo lo contrario, se siente un digno eslabón dentro de esa cadena de creadores salamineños que más han sobresalido en las letras y en las artes plásticas.
Sus murales captan temas históricos relativos a la ciudad donde plasma puntos de vista originales. En el de la historia de Salamina, ubicado en un muro a dos cuadras del Parque de Bolívar, logra plasmar los momentos que marcaron el devenir histórico de esa ciudad emblemática. La guerra y la política no tienen cabida en estas obras, retrata la historia cultural de Salamina. Se ve a doña Agripina Montes del Valle, mujer que hacía y vivía poesía en un mundo que solo vemos poblado por bueyes, arrieros y latifundistas esgrimiendo títulos de tierras, insistiendo Fernando en que la Colonización Antioqueña no fue ese cuento necio de lucha de clases, como lo presentó nuestra baladí izquierda por más de una década, sino señala que tenemos un pasado mucho más complejo que no se puede reducir a una ideología política que necesita estandarizar todo y de esta forma poder ser promulgada como ley. Muestra Toro que la Colonización también fue un movimiento cultural.
La iniciativa de colocar murales en los muros de las casas es innovadora y original. Les arrebató Fernando a los poderosos la herramienta para su eternización, porque los murales usualmente los encargan los reyes y los políticos para que esas obras ensalcen sus labores y puntos de vista. El ejemplo es Diego Rivera en México. No, Fernando Toro los democratizó, los sacó de los recintos egregios y los trasladó a la calle. Así se invirtió el papel, ahora el que hace historia es el artista y el beneficiado es el peatón que los observa. Si eso no es un logro, no sé qué más se le puede ofertar a esta sociedad exaltada para que se vea reflejada en las obras de sus creadores.
¿Quién apoya y quién financia este trabajo? ¿El alcalde Noreña? ¿El músico secretario de Cultura del Departamento siquiera le dio las gracias a este hombre? ¿El gobernador y académico Guido Echeverri sabe del potencial de Fernado Toro? No, cosechó Fernando Toro en estas instancias solamente desdén. Pero recordemos la razón de ser del nombre de Salamina que significa la lucha de la civilización occidental contra la opresión oriental de los persas en la cual Grecia, en la batalla de Salamina, venció ese adversario. Cada salamineño, en esencia, es un guerrero de esos que reunió Leonidas en las Termópilas, que se enfrenta a grandes retos con un desparpajo inspirador.
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