Para defender ciertos tipos de bienes culturales el Estado ha elaborado una serie de leyes que surten un efecto. En la protección de otros tipos de bienes culturales el Estado es completamente inoperante. Va un ejemplo: una edificación declarada patrimonio, después de ajustarse a unos requisitos más burocráticos que técnicos, si es demolida el Estado puede exigir que se reconstruya tal como era. Vemos que los bienes tangibles son más fáciles de cubrir con el manto de la ley, pero los intangibles como la literatura, estos bienes que igualmente constituyen la impronta de nuestra cultura, sufren un desamparo total. ¿Pregunto: nuestros grandes de las letras qué protección, qué apoyo reciben de parte del Estado y sus encriptadas leyes?
Una obra literaria igualmente se puede convertir en ruina, puede sufrir un deterioro craso que se llama olvido. Cuando en una cuadra desaparece un edificio, pues deja un roto, surgen protestas que rápidamente se disipan cuando obreros descargan los materiales para la nueva construcción. Esto no sucede con esta otra cultura intangible, allí constantemente se presentan rotos y nadie se da por enterado. Nuestro pasado literario se desvanece y decrece nuestro patrimonio literario. El Estado no interviene, no dice nada la famosa legislación, ésta no circula, no se aplica.
Queda en manos piadosas, porque más parece una obra de caridad que un rescate cultural, y en manos de particulares retomar esos autores ancestrales y reimprimirlos, más como protesta por la desidia de los funcionarios públicos llámense gerentes o llámense secretarios de Cultura y salir a promover nuestras glorias de las letras. De esta manera la promoción de la lectura, de los libros, de lo nuestro se hace al revés y su impacto por ende es bajo, convirtiéndose en índice diciente de un atraso en vez de progreso.
Bien difícil es promover lo nuestro ante la avalancha de lo foráneo que cuenta con el respaldo de empresas multinacionales. Nuestra juventud, cuando lee, se ha leído todos los Harry Potter habidos y por haber, mas estos compulsivos lectores no conocen los narradores locales o regionales. Eso no puede ser normal. Porque entre los regionales hay autores igualmente llamativos, sucede que el desconocimiento y el afán de vender la próxima edición capta la poca atención que se le presta a los libros creando una situación anómala que distancia a nuestra juventud de sus raíces culturales, porque ellos al ser colombianos, sus ancestros literarios no lo son los autores británicos o norteamericanos. ¿Qué tipo de ciudadano estamos programando? ¿Cuando se habla de los índices de lectura colombianos yo me pregunto y de qué trata ese libro y medio que se lee cada colombiano al año?
Dicen los jefes de la cultura en Bogotá, y aquí en Manizales se les hace un oficial eco, que la cultura es un bien público al cual aportan y deben tener acceso todos los colombianos, mas vemos que este es un eslogan de campaña política porque el que lo expresa no se siente comprometido a vivirlo y por ende hacerlo cumplir. Solo son cortinas de humo inútiles porque no tapan nada, porque detrás de ellos no hay nada.
Estamos dando pasos concretos, y eso hace años, para dejar perder nuestra literatura en bahareque y dejar caer nuestra literatura republicana, hablo de los autores que escribieron en épocas en que se construían las poblaciones en bahareque y los autores que publicaron después del incendio de 1925 que coincide con algo de modernidad, ya que se rompían los cánones románticos o neoclásicos del siglo anterior, a pesar de que la ley dice otra cosa. ¿Es el Estado y sus funcionarios los que fallan o es la ciudadanía, la sociedad la que debe asumir responsabilidades?
El autor vive, vuelve a abrir su corazón y su cerebro para compartir su vida con el lector cuando es leído, eso aplica a los del siglo pasado, así como aplica a los autores de hoy que igualmente pueden fracasar.
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