Una de las características de la época de la Colonia fue que los reyes españoles no permitieron que en América se fundiese hierro. La implicación fue enorme, porque este metal agiliza enormemente el trabajo del hombre debido a que las herramientas metálicas son más potentes. Por esa restricción, que mucho tuvo que ver con nuestro subdesarrollo, toda nuestra arquitectura vernácula se desarrolló omitiendo este metal sus diseños. Una casa en bahareque o en tapia la construían los antiguos maestros de obra sin tener que usar una puntilla. Se emplearon bejucos para amarrar las vigas, también se adecuaron las maderas de tal forma que los empalmes garantizasen su duración o con chazos se realizaban estructuras de más envergadura ya que este metal era caro debido al importe del transporte.
Después de la Independencia seguían importando hierro, la ferretería de Pacho se puso en funcionamiento finalizando los años 20 del siglo XIX, la de Amagá apenas empezó a trabajar en 1865, y estos rudimentarios productos no competían con la cantidad y calidad del hierro de Inglaterra, proveedor mundial de este metal.
Para la construcción de la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción de Salamina se emplearon casi 4 toneladas de hierro ya que las especificaciones del diseño requerían unas juntas más complejas que no se podían realizar con bejucos o con chazos. El techo, con su gran luz y por ende peso, exigía otro tipo de técnica constructiva. Así que en 1866, apenas tres décadas después de su fundación, la gente de Salamina se puso en la tarea de comprar este insumo en Londres, de donde fue embarcado rumbo a Cartagena. Una vez llegadas las barras de 40 libras de peso cada una eran embarcadas por el Magdalena hasta Honda y desde allí, por el camino del Páramo de Herveo llegaban a Salamina después de casi 2 meses a lomo de buey. El esfuerzo físico fue enorme, pero la proporción no queda clara si no se le suma la difícil situación que vivía la Iglesia Católica en Colombia ya que su separación del Estado apenas se había efectuado en 1854, y los gobiernos liberales se dedicaron a intervenir severamente a la Iglesia, rematando muchas propiedades que ésta había acumulado a través de los siglos. Se vivían los tiempos cuando los obispos eran mandados al exilio y la Compañía de Jesús era expulsada del territorio nacional.
Una vez descargado el hierro en Salamina, que llegaba en tandas de 300 kilogramos, siguiendo las instrucciones del arquitecto, Mr. Martin, ingeniero de minas británico vinculado a la explotación minera de Marmato, el herrero Francisco Isaza, con un buen grupo de ayudantes, se ponía en la tarea de dimensionar este hierro.
A punta de calor y de martillo estos herreros convertían estas barras en láminas, platinas, tornillos y demás útiles que ayudaron a edificar el templo más grande de toda la región. Fueron las iglesias en la época de la colonización antioqueña las construcciones más grandes y complejas que se levantaban en los recién fundados pueblos, ninguna otra edificación se comparaba con ellas, ni las casas consistoriales, puentes, hospitales o colegios ostentaban la altura o el tamaño de estas casas de Dios hechas por la comunidad guiada por un emprendedor cura párroco. Todos nuestros pueblos, empezando con Sonsón, cuentan, por lo menos, con un cura párroco que fue definitivo para consolidarlos como núcleos de civilidad. La capacidad de convocatoria de un clérigo en esa trascendental época era superior a la de un alcalde, así que a estos abnegados ministros de Dios les debemos más que gratitud.
No dejan de ser asombrosos el empuje y la visión de nuestros ancestros. Era tecnología de punta la que se empleó en esa construcción que seguramente era de más dimensión que el actual Aeropuerto de Palestina, guardando la proporción de riqueza y número de habitantes.
En el año 1977 fue contratado el constructor vernáculo Fernando Macías Vásquez para que reemplazara las grandes vigas de madera del techo del templo que se habían deteriorado con el tiempo y éste desmontó alrededor de 4 toneladas de elementos de hierro, depositándolos en el sótano de la Basílica. En mi visita a Salamina la semana pasada me enteré que esta “chatarra” fue vendida para ser fundida. En mi opinión es tan sacrílego fundir este hierro, como procedieron los conquistadores españoles con los tesoros precolombinos, llevándose el oro a Europa. Y pienso que este hierro histórico, fruto y testigo de un esfuerzo monumental, es tan digno de reposar en un museo como cualquier bella imagen de santo labrada en madera por un esforzado artesano del siglo antepasado.
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