Peatonalizar calles céntricas es pretender volver más atractivo ese espacio para la gente que para los carros. Ese ajuste al equilibrio del espacio trae ventajas y desventajas para una ciudad ya que trata de hacer reversibles o impulsar fenómenos que tienen vida propia.
Peatonalizar es limitar la movilidad del carro en favor del peatón, y eso es loable, más teniendo en cuenta que la cifra de carros nuevos que entran a circular por las calles manizaleñas frisa los 6.000 vehículos al año, sin contar las motos. Cada vez son más los carros los que compiten por las limitadas vías para circular en el escarpado terreno de Manizales. Parece que estamos diseñando una ciudad para vehículos y no para gente, y la gran satisfacción del manizaleño es tener carro propio, su símbolo de realización personal, a pesar de que lo deba todo a un banco.
Pienso que la peatonalización de La 23 la debe promover la gente que vive o trabaja en ese espacio: si ellos creen aportar con esta obra a la solución de su entorno, ese paso será exitoso y duradero. Pero si esa propuesta surge de algún académico o funcionario que, al fin, pudo viajar a Europa y encuentra que la mayoría de los centros históricos allá están peatonalizados y cree, como buen montañero que no deja de ser, que ese tipo de articulación se puede “implantar” en su comarca, las cosas van de mal en peor.
El problema más agudo de La 23 es que fue declarada objetivo de la informalidad. El espacio público y su goce por la comunidad, los jueces lo subordinaron al derecho del trabajo y efectivamente hay un buen número de hombres y mujeres trabajando en las calles sin protección social alguna. Ahora, si se analiza qué se vende en esos puestos y como el Estado tolera ese tipo de actividad, es sorprendente. Cualquier inspector de higiene, por lascivo que sea, se horrorizaría de cómo se manipula lo que se le brinda al transeúnte como alimento. Aquí se afecta la salud pública sin miramientos, pero muy ajustados a los fallos de las Cortes, donde prima el derecho al trabajo. ¿Con qué motivación un comerciante formal va pagar impuestos si sufre con la competencia desleal de la informalidad? El Estado no pierde, porque tiene el sartén por el mango, el que paga los platos rotos es el cliente, el comprador sobre el cual se descarga esta problemática. Es al cliente a quien le venden mercancía en condiciones de informalidad, porque solo así el comerciante es capaz de sobrevivir. Hay otro tema que no se ha intervenido a fondo: las mafias que regulan el espacio público en su propio provecho. Eso implica que el vendedor informal no es un miniemprendedor que lucha por alimentar su familia, sino un cuasiempleado con un patrón fuerte que lo explota vilmente.
¿Que el Centro Histórico se beneficie de esta iniciativa hoy en día? lo dudo. Hay grandes vacíos en el manejo y promoción del Centro Histórico como matriz de la civilidad de la ciudad misma, que impide que sea un verdadero atractivo turístico. Faltan museos, publicaciones, guías, mejor dicho, falta una política coherente para promover y proteger el Centro Histórico para que resulte que la peatonalización de La 23 sea un aporte medianamente determinante.
Si digo que con la peatonalización de La 23 el cáncer que afecta a la ciudad en general; que carcome la legalidad, que ultraja al comprador y que explota al vendedor informal se va a extender, ¿quién de los promotores de esa iniciativa me puede asegurar que eso no sucederá?
¿Por qué no piensan macro y trazan un plan que se ajuste a las necesidades del Centro Histórico, porque por ahí pasa La 23? La Asociación Cívica Centro Histórico ha hecho en los últimos años unos avances muy interesantes; propónganse un plazo; lo ejecutan y analizando los logros, en ese momento, vuelven y plantean la peatonalización. ¡No ensillemos antes de traer las bestias!
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