Don José de la Cruz Eleázar Duque Salazar, marinillo, no celebraba el día del padre. Ningún día. Interpretaba esas enguandias como perdederas de tiempo. Sus hijos le hacen el homenaje diario de darle crédito a su severo taita. “Como decía mi papá…”, repiten sus vástagos, y mencionan un adagio suyo, o alguna pauta de comportamiento.
Enseñó con el ejemplo. Pocón de blablablá. A él la amistad se la podían dar en efectivo. Don Eleázar, bautizado el día de la Santa Cruz, no vino a sonreír, nunca buscó ser feliz, jamás pateó los códigos. Se dedicó a trabajar, a ser íntegro y a levantar familia. Al final de su andadura, 83 años, lo desvelaban “las cuentas que tenía que dar al Altísimo”.
Constató que para vivir bien había que tener una buena mujer y una buena exmujer. Tuvo dos amores. No practicó la gimnasia de la infidelidad.
Se casó en primeras nupcias con Clara Correa, de la “jai” de Fredonia. Amasaron cuatro hijos. Viudo o soltero cero kilómetros, repitió epístola con Fabiola Ochoa, de Aguadas, Caldas, la abuela de ojos tristes, bellos, misteriosos. El arcaico método del ritmo les deparó otros cuatro petacones.
Se regalaba un pecadillo etílico: un aguardiente doble antes del almuerzo. Conservador y católico de amarrar en el dedo gordo, fue de misa y comunión diarias.
De su verticalidad da cuenta esta anécdota: Se graduó de maestro en Marinilla pero un rico del pueblo lo acosó para que aprobara el año a su hijo vago. Prefirió colgar la tiza.
Hizo un insólito enroque y del aula de clases pasó a los caminos de herradura. Reencarnado en arriero, se dedicó a la venta de textiles. Sus pasos de comerciante pulcro, sagaz, lo llevaron a Fredonia, Venecia, Guayaquil. En La Alhambra montó el almacén El Zar Duque. Allí se encabó vendiendo paños y telas.
La vanidad nunca fue su fuerte. “Soy Eleázar Duque con carro o sin carro, con club o sin club”, repetía. A los hijos les enseñó desde temprano a colaborar en la economía y en las faenas domésticas. Abajo los brazos cruzados. Que no falte nada en casa. Compraba electrodomésticos que duraran toda la vida.
Se dio unas estruendosas vacaciones. Cualquier diciembre empacó mujer e hijos y los que aterrizan en Juanchaco, en la Costa Pacífica. A partir de entonces, clausurado el parque de diversiones.
Cuando lo visité en su casa de Miraflores, en Medellín, para pedirle la mano de su hija, no encontré cómo entrarle. Pasado un tiempo prudencial, sus hijas asumieron que la mano era mía y llamaron a manteles.
No fue así. “Ese señor se va a burlar de nosotros”, resumió. Casi le da un patatús cuando aplazamos el casorio dos días, de martes a jueves.
Descanse en paz, don Eleázar, que su hija y yo seguimos juntos en este delicioso acabadero de ropa. Feliz día del taita.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015