Sin más preámbulos dejemos que hablen los niños:
Cuenta una tía: Usando su infantil lógica, cuando mi sobrina tenía cuatro años, rebautizó así a los cocuyos: lintérnagas.
Aclaración de mi nieta Sofía, quien a sus cinco años le ayuda a su abuelo a levantar para los garbanzos con sus historias: No, mami, no me estoy sacando los mocos: estoy consintiendo la nariz por dentro.
Cuenta la madre de Sofía: Aterrizamos en Bogotá y estamos esperando las maletas. De pronto la niña respira profundo y dice: Ayyyy, mami, huele a Martín. Y le preguntó: ¿Y a qué huele Martín, Sofi? Pues a rico.
¡No, no, no me den hormigas!, le pedía un pequeño a su mamá, refiriéndose a la carne molida. Carne en punticos, le decía otro.
Un niño sorprendió a su padre con esta pregunta: ¿Por qué los árbitros no celebran los goles?
A los dos años, a Jorge Eduardo se le volvió un lío oír que su mami, Teresita, le decía mamá a su abuelita Aura. Entonces empezó a decirle a su abuela: “otamama o mamaota”. Y doña Aurita se convirtió en “mamaotra” para toda la familia.
Llegamos de un viaje y ya para dormir me dice Alejandro:
- Mamá, la religión está equivocada.
- ¿Por qué?
- Porque es imposible que una mujer salga de la costilla de un hombre.
- ¿Y de dónde sacas esa conclusión?
- Darwin decía que nuestra evolución es del mono; venimos del mono. Asocié lo que dice la religión con lo que dice la ciencia y concluí eso, que la religión está equivocada.
- Si te digo que creer que Dios sacó a la mujer de la costilla de un hombre es cuestión de fe, ¿tú cómo lo entenderías?
- ¡De ninguna manera lo entendería! Y cruzó sus brazos como seguro de lo que decía.
La historia la cuenta Juan Carlos Zapata en su libro “Gabo nació en Caracas, no en Aracataca”:
El periodista venezolano Ángel Rivero y su hijo Diego, de diez años, visitaban al Nobel García Márquez en su casa de Cartagena. Gabo, amigo de Rivero desde cuando vivió en Caracas, preguntó por el niño:
Es Diego, mi hijo, le aclaró Rivero. Diego, este es el Nobel. Todo tuyo.
Diego soltó esta perla: Papá, ¿un Nobel para mi solito? El escritor celebró el apunte y luego invitó al niño a que lo acompañara a comprar un ejemplar de bolsillo de Cien años de soledad. Le estampó esta dedicatoria: “Para Diego, mi Nobel de bolsillo”.
Mi hijo me decía hace poco: Papi, somos un punto. Y yo le respondí: Así es, somos un punto en el tiempo y en el espacio. (Alejandro Gaviria, ministro de Salud).
David, de tres años, le dice a su abuela al atardecer: Abuela, qué lindos se ven los árboles vestidos de noche. (Del libro Palabra de niños, recopiladora, Yamile Humar).
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