Vivió a mil por hora. No se dio tregua. No vino a durar sino a vivir. Su verbo preferido fue servir desde su destino de médico.
Disfrutó -y compartió- la vida que le tocó.
Su entorno lo calificaba de único, francote, chinche, solidario, auténtico, buena vida, estudioso, irreverente, mal hablado.
Luis Fernando Villegas Uribe, padre de Luisa Fernanda y Pilar, abuelo de Isabela, Felipe y Pablo, fue superlativo en todo. Un gocetas que tuvo el mundo por cárcel. Su último destino de caminante fue Alaska, que visitó en compañía de Fabiola, su entera -y eterna- naranja.
“A mi manera”, la canción de Sinatra, resume su parábola. La melodía se oyó en la misa en la Iglesia Purísima Concepción. No cabía una jaculatoria.
Los oradores, incluidos sus nietos, hicieron agotar las existencias de clínex.
Bachiller modelo 64 de La Salle de Envigado, su terruño, fue cirujano plástico de la U de Antioquia. Puso sus manos brujas al servicio de niños de labio leporino y paladar hendido tema que investigó y dejó plasmado en textos.
Tsunami Villegas se ganó los garbanzos con sus manos hechas para crear o reconstruir la belleza. Lo certifican pacientes en todo el país, sus pupilos de cirugía plástica en el Hospital San Vicente de Paúl, la Clínica Noel, el Instituto de Cirugía Plástica.
A lo mejor su destreza manual nació en la Sociedad Científica de La Salle. Animalillo que moría en el Zoológico Santa Fe caía en manos de una logia de taxidermistas de apellidos Villegas, Morales, Londoño. Y Leonardo Betancur, Titi, el médico sacrificado en plena primavera.
Divisa de Mecato, como lo bautizó su vecino y amigo de todos los semestres, Alfredo Tamayo: Hay que retribuirle a la sociedad más de lo que nos brinda.
Hijo de Pedro Nel, obrero de Coltejer, y de Carlina, costurera, para ayudarse vendió periódicos, trapeadoras. Fue acólito dañino en Santa Gertrudis.
Un cáncer lo sacó del tablero. Cuando vio que el asunto era irreversible, tomó el asunto con estoicismo. Última orden: conservar la unidad familiar.
No aceptó tratamientos. Me recordó al médico de Molière: “… los hombres mueren de las medicinas y no de las enfermedades”.
Cuando solo seis personas hablan bien del finado es porque hizo bien la tarea. Esas personas son las conocidas yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos.
Bueno, tampoco todos. Los hinchas del Nacional no le perdonamos su enfermiza devoción por el Independiente Medellín. ¡Ay del DIM si no clasifica al octogonal!
En el croché que se formó al final de la velada religiosa cumplimos el mandato romano de hablar solo lo bueno del amigo muerto.
Mientras la música de un tango lo despedía, sus contemporáneos y condiscípulos pasamos revista a nuestras arrugas y nos preguntamos cuál será el próximo.
Repitamos: La historia solo recuerda a los exagerados. Y manos brujas Villegas lo fue en grado superlativo.
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