En épocas idas, cuando había nuevos vecinos en la cuadra, las amas de casa se turnaban para socorrer a los advenedizos.
Los recién llegados, como las aves del cielo, no tenían que preocuparse por lo que comerían o beberían los primeros días. De esas minucias se ocupaba el vecindario. El trasteo es un tsunami en la cotidianidad que amerita una buena mano.
No residí en el viejo barrio bogotano de San Agustín donde vivirán el presidente Duque, señora y familia, pero como conozco la zona, les daré algunas ideas para parecerme a los vecinos antiguos.
Practico esta obra de misericordia en mínima reciprocidad con el conciliador discurso de posesión del nuevo César que me ganó para su causa. Con la venia de los duquistas purasangre, me declaro uno más de la cofradía.
Seré una de las seis personas que madrugarán a desearle éxitos al presidente: Yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos. No mandaré hoja de vida por esta obra de misericordia pues Duque notificó que no le jalará a nada que huela a la detestable mermelada que impuso el presidente Santos.
Lo vio todo el país por televisión: el saliente inquilino palaciego entregó las llaves y se largó sin precisar siquiera dónde venden el pan y la leche más baratos. Yo les cuento: Las Cruces quedan ahí no más.
Para olvidarse del estrés que va produciendo el ejercicio del poder, a la vuelta de la esquina de la Casa de Nariño está La Candelaria, la ciudad vieja de Bogotá. Caminar por sus calles, sobre todo de noche, tuteándose con la leyenda, vale por decenas de varios baños turcos. De paso, se ahorra el siquiatra.
El sector es inseguro así que nada de escapárseles a sus escoltas disfrazado de motociclista como hacía un presidente francés ávido de despachar apremiantes urgencias masculinas.
Si se queda sin ideas, lo rodean iglesias como arroz para implorar luces de lo alto. La viejísima de San Agustín queda diagonal a la Casa de Nariño.
Como Duque es un lector que se engulle cinco libros por semana, a tres cuadras, en el Centro García Márquez, encuentra la completísima biblioteca del Fondo de Cultura Económica. Libro que no tengan no existe. Si no lo encuentra, en la Biblioteca Luis Ángel se lo prestan.
¿Se cansó del menú oficial? Lo espera La Puerta Falsa, el restaurante más viejo de Colombia (1816) con su aguapanela o chocolate con todo, tamal incluido. Y no se le quedan con la quincena.
Con solo pasar por las casas donde nacieron Silva, Pombo y el “divino” Vargas Vila el caminante queda como si hubiera despachado parte de su producción literaria. A sus casas se llega caminando por entre los fantasmas de La Candelaria, que los hay. Pero ese cuento será harina de otro costal. De nada, presidente, por este abrebocas. Buen viento y buen amar.
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