En este mes en el que se le rinde pleitesía al maestro recordaré lecciones recibidas del apaleado gremio que trata de hacerse oír. (Un paréntesis para sugerir que no se perratee la bella voz “maestro”; así le dicen a cualquier perico de los palotes).
Al llenar un registro de hotel ganas me dan de consignar que asistí a un taller con el novelista y periodista argentino Tomás Eloy Martínez. Más vale un cuento mal escrito que un cuento no escrito, decía. Del periodismo comentó que era un oficio para vivir y para la vida. O sea, para llevar el pan a la mesa y para vivir la vida desde ring side. Celebro haber escogido este destino.
El periodista chileno Jenaro Medina huyó de la dictadura de Pinochet con todo y su revista Vea. Las crónicas eran el fuerte del semanario. Titulaba en centésimas de segundo. Podía mirar las cuartillas desde dos kilómetros y detectar de qué lado cojeaba la crónica.
Este era su credo: El periodista no tiene derecho a tener mala suerte ni a carecer de fuentes.
Años después fue director de Vea el tsunami español José Fernández Gómez. Me invitó a colaborar. Como tengo un posgrado en ingenuidad le pregunté si al invitarme podía pensar que su idea era reducirle la cuota de sangre a la publicación. “Aquí el que piensa soy yo”, respondió.
Y me mostró en la pared una Monalisa de cuyos muñones manaba sangre: “Quiero sangre pero con arte”. Don Pepe me pidió dos o tres notas de prueba. Todavía espero su llamada.
José Luis Iglesias, español, era una institución en la agencia alemana de noticias Dpa, con sede en Hamburgo. Su receta para escribir era contundente: Hay que escribir de tal forma que te entienda hasta un japonés, joder. En una malacara o en una sonrisa suyas había lecciones.
Pocos en la aldea global pueden contar que su profesor de literatura les leyó la epístola de san Pablo. Fray José Carvajal, agustino, mi profesor en el seminario, nos casó ¡un jueves! en la mañana en la parroquia de Suba, en Bogotá.
Evelio Franco Ospina, profesor pensionado de la U. de Antioquia, cuñado de este servidor y quien a la muerte de su taita hizo las veces de hermano y papá, abre la boca y está tirando línea. Le sale esta definición de Pedro H. Morales quien pasó del millón de alumnos: “Profesor, el oficio de enseñar a vivir mejor”.
En “La culpa es de la vaca”, Jaime Lopera y señora Marta Inés cuentan la historia de una niña sudafricana que viajó kilómetros para conseguir un caracol de la variedad marfil que quería regalarle a su maestra.
La profe le dijo que no ha debido ir tan lejos para conseguir el regalo. La niña le respondió: “Maestra, la larga caminata es parte del regalo”.
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