Pese al día sin carro había lleno hasta las banderas en Torre de la Memoria, el parche que le hace la segunda a la Biblioteca Pública Piloto mientras termina el eterno sabático de los personajes de los libros que alberga. Incluidos los de Manuel Mejía Vallejo, centro de la velada para celebrarle su cumpleaños 95 el día del idioma.
Tres voces cercanas, íntimas, nos pusieron al día: su esposa Dora Luz Echeverría y sus hijos Valeria y Mateo Pablo. Adelaida lo hizo con su arte de bailarina.
Había estrepitosa mayoría femenina. Lo querían bellas, feas, bajitas, altas, gordas, anoréxicas, de tres ojos. Hasta le incautó una novia al poeta Eduardo Escobar a quien no le alcanzaron la prosa, la poesía, ni la pinta para evitar la expropiación.
¿Cómo se conocieron Mejía Vallejo y Dora Luz? El fabulista jericoano tocó una vez a la puerta de la casa que era punto de encuentro de fabuladores. Le abrió una niña de doce años. Se asustó tanto con el forastero que le tiró la puerta en la boina. Mamá, hay un hombre de barba verde en la puerta, informó.
La futura suegra que lo conocía autorizó la entrada. En esa puerta que se abre y nace un amor eterno, hay una novela. Esculquen en el computador.
El advenedizo le notificó a la niña a la que le llevaba 25 años: Ese señor de barba verde será tu novio. Terminaron casados, fueron felices, cero perdices, y criaron hijos para el cielo.
Se despelucaron siete años como amantes. La abuela le dio un certero consejo a su nieta: No se case, siga de amante. Los amantes desobedecieron.
Mejía siempre estaba disponible para sus hijos. Así le estuviera poniendo comas o sumándole metáforas a “Las noches de la vigilia”, el libro que más impactó a su mujer.
¿Que estaba chuzografiando “El día señalado” que le encantó a Valeria? No importa, los niños podían entrar, pararse en el rodillo de la máquina de escribir o sobre cualquier vocal. Papá los recibía. Los niños primero, el Nadal y el Rómulo Gallegos, después. (Pablo Mateo se queda con “Aire de tango”).
Supimos que murió la fundación que vela por su legado: Los recursos asignados para mantenerla a flote, no volvieron, como las golondrinas de Bécquer. Menos mal era prolífico fabricante de amigos, alumnos, lectores. En ellos se prolonga. Tiene asegurada la inmortalidad. Eso sí, nunca usó su prestigio en su favor o para beneficiar a su entorno. Cero roscas.
Inventaba juguetes y descubría talentos: escriba, lea, pinte, eran los consejos insistentes del tallerista de la Piloto.
En casa o en la finca levantaban una almohada y sonaban tangos, boleros, música vieja. Escuchaba radio todo el día. Dormido, reía con Montecristo.
La manifestación de mejiavallejólogos se disolvió pacíficamente después de escuchar a Gloria Acevedo Toro, “La Gardelita” y a Luis Dapena. “Adiós, muchachos…”.
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