Cuando salga con su celular procure no dormirse. Su dedo índice lo puede traicionar.
Los múltiples oficios del segundo dedo (index, en latín = indicador) están bien definidos desde el principio de los tiempos.
De lejos es el más expresivo de la banda de los diez. Señala las direcciones y los objetos. En el esperanto que hablan los dedos, basta llevar el índice a los labios y se hace el silencio.
¿Desconoce el idioma del país que visita? Su políglota dedo señalará el plato que se engullirá.
Sin el dedo todero, no se podría entrar al edificio o al cuarto del hotel donde nos espera la soledad. En los bancos salimos de pobres previo el accionar del índice. En alguna época la democracia se ejercía metiendo el dedo.
El mundo digital habría quedado imperfecto sin el valioso aporte de esta prima donna de la mano. En el computador, el índice es de los que más suda los garbanzos sobre el teclado.
En los cumpleaños los impacientes no se aguantan las ganas de probar la torta. ¿Con qué dedo lo hacen? ¿Quedó algo tentador en el plato? Arrase con su índice, así Carreño se revuelque en su eternidad.
“Mientras haya mujeres, habrá poesía”, mientras haya dedo índice, habrá carteristas. Este dedo tiene una facilidad especial para aligerar al prójimo de su billetera.
Las amas de casa siempre han chalequeado a sus maridos. Viene en el chip. Ese ritual, mínimo, tiene una centuria. Lo leí en una de esas deliciosas secciones que nos permiten comparar los tiempos: hace cien años, hace cincuenta, hace…
En “hace cien años”, se publicó recientemente que el Tribunal de relaciones domésticas de Nueva York defendió el derecho de la mujer a esculcar al marido si este no suelta el vil metal. Si se da esta condición, la mujer no podía ser acusada de robo.
Pero también el índice se emplea para desbloquear el celular. Lo accionamos y se abren sorpresas y un sinfín de posibilidades.
Cuando uno es el que desbloquea, vaya y venga. Pero hay veces que la desbloqueadora es ella, la esposa. Las cosas pasan de castaño a oscuro.
Sucedió hace poco en un vuelo de Qatar Airways que iba de Doha a Dalhi. Todo iba bien para un matrimonio iraní integrado por la pareja y el niño.
El varón domado decidió echarse un motoso. Cuando su mujer constató que su proveedor de quincenas roncaba, se las apañó para agarrar el celular y con el índice de su marido, lo desbloqueó. Ahí fue Troya.
La mujer empezó a darse el gran banquete. Resumamos: lo pescó en flagrante infidelidad. Y lo agarró a pescozones. Fue tal la trifulca a bordo, que el piloto, moderno Salomón, aterrizó en el aeropuerto más cercano, dejó allí a los pelietas y los que siguen el rumbo. Señores (o señoras) ojo con el índice.
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