Para frenarle la incontinencia verbal, el entorno del presidente Trump decidió ponerle cinturón de castidad electrónico y lo obligó a leer en teleprónter su primer discurso a la nación.
La claque republicana aplaudió a rabiar. Mr. Donald arrancaba con alguna desfachatez y llovían los aplausos. De pie, además. El que se quede sentado que empiece a pasar hojas de vida.
El show cinematográfico de los informes a la nación, refleja la decadencia del aplauso. El orador, con el ego inflado, apenas puede hablar.
En el caso del americano feo del Trump, lo del teleprónter dio resultado porque nunca se salió del libreto. Repitió, suavizado, su pavoroso recetario contra los inmigrantes, el muro, en síntesis: el América para los carapálidas.
Ojalá le instalen otro cinturón de castidad al twitter porque decidió gobernar en mensajes de menos de 140 palabras. El magnate suelta un tuit y se resfría parte de la aldea global. El entorno de Trump tiene mi aval para seguirle metiendo goles a sus espaldas. Solo así llegaremos al final de su eterno mandato.
Los soñadores seguimos esperando que el macho alfa que usa bisoñé verdadero, se olvide de la campaña y aterrice como mandamás.
Pero no resistí su perorata y me asilé en una vieja película, El graduado. Si bien me equivoco pasando plata de un bolsillo al otro, esa noche hice el gran negocio.
Aplaudí a rabiar, como cualquier republicano, la historia del ingenuo Ben Braddock, protagonizada por Dustin Hoffman en su papel de nerd, ese sujeto medio atembao con el que conviene tener buenas migas porque después será el encargado de darte trabajo.
Cuando se meten las extremidades toca presentar disculpas: Me disculpo con el equipo de la vieja cinta por no haber empezado a disfrutarla tan pronto Trump llegó al Congreso. Lagartísimo y eterno ese besamanos en el que la gente se da trompadas para inclinar la cerviz ante el príncipe.
A los que el caudillo les sopló alguna metáfora para ellos solitos seguramente la pondrán en su hoja de vida. O corrieron a enviar el inflado currículo.
Mis disculpas con la deliciosa señora Robinson (Anne Bancroft) quien es la encargada de volver hilachas la tardía virginidad de Ben.
Preferible seguir las peripecias de la señora Robinson y de su hija Elaine quien finalmente se queda con el recién egresado, según el guión que al final se queda corto. La ficción tiene que ser verosímil.
Por su magnífica actuación en la que pone patas arriba la moralidad de su sociedad, le perdono a Hoffman que se haya portado como todo un Trump al dejar colgada de la brocha a la señora Robinson. Ducho en maltratar féminas, hasta misiá Melania, primera dama, ha llevado del bulto.
La receta que he ideado es: Cine arte tan pronto se active del teleprónter de Trump.
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