Los chinches, quebradores de bombillos, jugadores de fútbol para el olvido; los ases de la pizingaña, golosa, pirinola, yo-yo, trompos, bolas, arroyuelo…
Los gamines del tranvía, egresados de la escuela José Eusebio Caro, la Simón Rodríguez o la Cristóbal Toro; los coleccionistas de cuadros o vistas, escurridizos jugadores de pelota envenenada o escondidijo; los que brincábamos en Quinta Pelayo cerca de la Escuela de ciegos y sordomudos.
Los ladrones de mangos, alquiladores de bicicletas y revistas de Tarzán, Supermán, El Santo; los fabricantes de cometas con varillas cogidas en el puente del Mico…
Los inmortales de entonces, miembros de la aristocracia de gallinero de los teatros de Aranjuez, no nos cambiamos ni por Dios mano a mano con el premio de periodismo Simón Bolívar por la vida y obra a Juan José Hoyos, cronista mayor del barrio.
Difícil pensar en un mejor regalo para celebrar los cien años del castigado barrio que nos hermana.
Los que le respiramos en la nuca a Juan José para no perdernos su talento, casi sacamos pareja a medida que repasamos el discurso que pronunció la noche que recibió la distinción. Con el paralelo que hizo entre Mario, su taita, y Camus, ambos emigrantes y periodistas, la sacó del estadio.
Su “Simón” nos mejora el currículo a sus lectores y alumnos. No se ha guardado un carajo. Ha regalado el pez y ha enseñado a pescar.
Trabaja y enseña como quien cultiva rosas, o tararea la música del tren que pasa cerca de su refugio en Cisneros.
Señor de bajísimo perfil, tímido, habla pasito como si no supiera un carajo de periodismo, de literatura, de nada.
Alguna vez, en sueños, lo invité a desayunar en vísperas de una feria del libro bogotana donde presentaría “La pasión de escribir”.
Aceptó la invitación pero en el sueño mintió: "Ya vuelvo". Jamás lo hizo. Los desguasadores de sueños sabrán responder qué hay detrás.
Fracasé en la tarea que me encomendó: Convencer a uno de los asistentes al lanzamiento, Gonzalo Castellanos, veterano reportero santandereano, de que permitiera convertir en libro sus crónicas. No valen la pena, argumentó Gonzalo.
Otra cosa piensa Hoyos: “Me parece importante como cronista porque siempre fue un reportero de la calle, porque siempre buscó a la gente. Porque aunque también sabía conseguir grandes primicias en los despachos de los ministros, las más grandes las consiguió en bares de mala muerte… Porque pocos reporteros como él conocen el alma de los colombianos de manera tan honda... Porque además es un hombre sensible, culto”.
Lo que dice Hoyos de Gonzalo lo digo yo de él sin ponerme colorado.
El premio adjudicado no es producto del azar. El reconocimiento lo pilló trabajando en jornada continua y horas extras.
Con su destino hace más amable y feliz este acabadero de ropa que es el mundo. Trago para todas las mesas.
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