Los quíntuples no dan más. Lucen ojeras de adúlteros. Recuerdan esos dentífricos que exprimimos con sevicia al final de su vida útil. Nuestros candidatos tienen voz de ventrílocuos, quienes la conservan.
Viven en modo reina de belleza que los obliga a estar siempre disponibles, a saber todo de todo.
Ignoran de dónde son vecinos, confunden el norte con el sur y el occidente con cualquier metrocable.
En casa los ven por televisión. Están exentos de cumplir sus deberes conyugales. El intenso blablablá electoral, el exceso de promesas, los tiene a centímetros de la disfunción.
La dieta que llevaban se volvió rey de burlas. En los cachetes de los aspirantes hay restos de babas femeninas de todos los municipios.
Selfi aquí con fulano, selfi allá con lesbianita de tal. Y sonría que son Pepalfa, como decía la arcaica propaganda de medias de las abuelas.
Que no falte su majestad el tuit. “Yo soy yo y mis tuits”, proclaman. Twitter es la nueva plaza pública. Un programa de gobierno cabe en menos de 240 palabras. El acosado hombre de internet exige síntesis.
El lacónico tuit es la forma de escapar a la dictadura de los asesores. El invento lo patentó Trump, depredador de alcobas, prestigios, pactos.
Dan lástima nuestros candidatos. Provoca prestarles plata pa’l bus de regreso a la cotidianidad. Darían todo por huir de los polvitos que les echan antes de sus maratónicas apariciones en televisión
Envidian a esos N. N. sin estrés que se limitan a alzar los pies en casa para que barran por debajo.
Los creyentes le imploran a Dios para que les permita sobrevivir. Los ateos invocan todos los dioses para que haya vida después de elecciones.
Y sí, después de la derrota hay múltiples paraísos. A De la Calle lo esperan sus columnas, incisos, la poesía nadaista. Podrá conocer Abejorral, la tierra de su progenitora. ¡Aleluya!: Se quitará de encima un bacalao, el expresidente Gaviria.
Derrotado, Duque acompañará al bus a Luisiana, Eloísa y Matías. No tendrá que cuidarle los huevitos a su bacalao, el senador Uribe. Se ahorrará nombrar inspector de zócalos al silencioso exprocurador Ordóñez.
Petro paga por no triunfar. Es noctámbulo empedernido y el destino que busca es asfixiante. Le tocará contentarse con expropiar la tierrita acumulada en su ombligo durante la campaña. Hay aguacates en su futuro.
A Vargas Lleras, ideólogo del coscorrón, no le funcionaron sus propuestas hasta para cuñar una mesa coja. Para coger el paso, tiene cupo en la academia de baile de su hija Clemencia. Volverá a mimar a sus perros, más fieles que los bípedos implumes.
Fajardo no tiene problemas: Retoma la arcaica tiza de profesor y se dedicará a desarrollar la fórmula de la felicidad de Einstein: A (felicidad) = X + Y + Z, en la que X es trabajar, Y, jugar y Z callarse la boca.
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