El irrepetible crítico gramatical Roberto Cadavid Misas, “Argos”, se preguntaba con cierta jocosidad, quién era más pendejo, si el que prestaba un libro o el que lo devolvía. El destacado crucigramista y humorista bogotano Federico Rivas Aldana, “Fraylejón”, le rayaba así las espuelas, en El Tiempo, a un lector perezoso: “Si no se ha leído el libro que le regalaron en su cumpleaños, párese en él, y así, al menos, empezará a crecer”.
El brillante orador y escritor Augusto Ramírez Moreno, antioqueño como el famoso cazador de gazapos, de El Espectador, en su condición de “Leopardo”, sí prestaba libros a sus mejores amigos, pero los entregaba con esta salvedad, de su puño y letra: “Este libro es mío, mío, mío y de nadie más”. Lo mismo hacía con sus discursos políticos de enorme factura literaria.
Otro “Leopardo”, el caldense Silvio Villegas, sostenía que “nuestro sabio Rufino José Cuervo no tuvo más compañeras en su vida que las veintisiete letras del alfabeto”. El periodista Delimiro Moreno Calderón, biógrafo del expresidente Marco Fidel Suárez, cuenta que el hijo de doña Rosalía, humilde lavandera de oficio, estudiaba en libros prestados, debido a su extremada pobreza, pero nunca sintió la tentación de quedarse con ellos.
El cronista Iáder Giraldo López -tambor mayor del grupo de “Los Gorilas”- decía que su colega Darío Hoyos no se había leído, siquiera, dos de los tres mosqueteros de Dumas, y que con todas las obras que el de Neira se abstuvo de leer se pudo haber alfabetizado a Indochina.
El filósofo envigadeño Fernando González sostenía que “cada antioqueño, mientras más bobo, más planes tiene para salvar a la patria”. Admirador del Genio de América, “El brujo de Otraparte” decía: “Bolívar estuvo montado a caballo durante 30 años, dedicado únicamente a la creación de hombres y patrias. Y en la autopsia encontraron que sus nalgas se habían convertido en dos callosidades”.
Escribía Manuel Pombo en 1852: “Manizales tiene 2.140 metros de altura absoluta y, sin embargo, es apenas un peldaño de la mole andina”.
“La patria de uno no es solo el lugar donde ha nacido. Patria es el pueblo donde nos hemos formado, educado y consolidado las cualidades que constituyen la personalidad”. (Francisco Canaro, “Pirincho”, tanguero eximio). Repite excelente porción en esta sopa de letras el maestro Silvio Villegas, autor de la bella ‘Canción del Caminante’: “La medicina moderna tiene palabras ingeniosas para expresarlo todo: La gastritis, la peritonitis, las mil enfermedades de la mujer, cuyos nombres se dicen al oído, sirven de pasaporte a los ataúdes escoltados de mentirosas lágrimas”.
En un anticuario medellinense, nuestro hermano Ramiro Cadavid descubrió y compró a precio de huevo, en perfecto estado, un ejemplar de bolsillo de ‘La Ortología y Ortografía Castellana’ del expresidente José Manuel Marroquín, fundador y primer director de la Academia de la Lengua, que se hizo famoso por sus escritos didácticos y gramaticales, y por su poema “La Perrilla”. (Mil gracias por semejante regalazo, “don Raca”).
Doña Beatriz Góez, diligente promotora del Círculo de Lectores, suele obsequiarles de ñapa a sus clientes un separador con esta leyenda de la cosecha de la Editorial “Ícono”: “Ojos que no leen, con razón que no entienden. Lea libros”. Lo escribió el finado poeta paisa Óscar Hernández en su columna de El Colombiano: “Cuando Uribe impone más impuestos a los alimentos y a las pensiones, imita a quien pretende sacar oro de una mina de carbón”.
La apostilla: El escritor, columnista y periodista Óscar Domínguez rinde frecuente homenaje a las librerías “agáchese”, que funcionan en céntricos andenes de Bogotá y Medellín, sin ser molestados sus dueños ni la fiel clientela por la policía, más empeñada ahora en combatir el tráfico de empanadas de tacón alto y bolsillo atrás.
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