Hace mucho tiempo, ante un minúsculo grupo de imberbes muchachos antioqueños que aspirábamos a convertirnos algún día en reporteros formados a puro pulso, como sucedía por entonces en el diarismo nacional, don Juan Roca Lemus, el mítico Rubayata, periodista entre los periodistas, expresó su antipatía por la palabra ‘etcétera’, por considerarla “un bastón en el que se apoya la mala memoria”.
Se nos ocurrió rescatar de nuestro ‘disco duro’ el añejo episodio de la juventud al escuchar esta semana en repetición un ‘etcétera-etcétera’, que le sopló a la audiencia de CNN en español, en su programa ‘Encuentro’, el presentador argentino Guillermo Arduino, quien todas las tardes nos hace extrañar en ese espacio al polifacético periodista cubano Camilo Egaña, comunicador de asombrosa rapidez mental.
‘Don Ruba’, quien se ufanó aquella noche, en mesa de cafetería, de no haber utilizado jamás ese giro en sus escritos, aceptaba tomarse un tinto con nosotros una o dos veces por semana, tras haber cumplido su faena diaria como director de la Biblioteca Pública Marco Fidel Suárez, de Bello, para darnos algunas nociones sobre periodismo, arte del que fue figura cimera. Varios de sus agradecidos discípulos borramos inmediatamente de nuestros precarios diccionarios en agraz la “bordoniana” expresión que describe así doña Wikipedia: “Etcétera: origen latino de la palabra "etcétera"… et, que significa “y”, y por cetera que proviene de ceterum y significa “lo demás”…. Se define como voz empleada para interrumpir el discurso indicando que en él se omite lo que quedaba por decir… Voz con que se sustituye la parte final de una enumeración o exposición… Debe usarse solo referido a objetos o cosas, no puede usarse referido a personas. No se puede decir, por ejemplo, “estuvieron Jorge, José, Daniel, etcétera”. Debe decirse “y otros”.
De las fichas biográficas del erudito don ‘Ruba’ tomamos estos apartes de la semblanza que nos dejó el escritor y periodista Jaime Sanín Echeverri, el papá de las ministras Sanín (Noemí y Maristella):
“El gran columnista de los años treinta y cuarenta tuvo el estilo y el alcance de aquella época convulsa. El periodista no era testigo, sino actor de la política. Era un factor de la historia y no un registrador. No fue un relator, sino un fabricante de la opinión pública. Hoy tiene mal sabor decir de un periodista que es apasionado; pero entonces era un elogio, Rubayata no era apasionado, sino la pasión misma, no imparcial, sino verticalmente. No sereno, sino implacable, Buen cuentista sin percatarse de ello. El mejor adjetivador que ha tenido nuestra prensa. La imaginación más verde que ha parido Colombia. Y un trabajador intelectual que no interrumpía su fuego en el insomnio ni en el entresueño. Dueño de un talento extraordinario, de una imaginación explosiva, de un dominio pleno del arte de escribir y, ante todo, de un humor festivo y de una conversación fulgurante”.
Nosotros agregamos que el gran Rubayata era un virtuoso de la titulación de sus libros. Vemos algunos: “El diablo tiene cara de conejo”, “En la república de los vagabundos”, “El camino de Damasco o la parábola de Gabriel Turbay”, “Atanasio Girardot o Atanasio Banderas”, “El diablo tiene la vela”, “La montaña que piensa” y “Bolívar entre el cielo y la tierra”.
La apostilla: Además de periodista, poeta, ensayista, editorialista, columnista, cuentista y novelista, don Juan Roca Lemus fue pintor de inspirados lienzos, como lo demostró en las abrasadoras lenguas de fuego que emanaban de su “Barbajacob luciferino”, el poeta de presencia caballuna, retrato que hizo en los pequeños asuetos que se daba en la conducción de la biblioteca vecina de la choza donde nació don Marco Fidel Suárez.
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