En sus cátedras de periodismo, ante auditorios repletos de jóvenes aspirantes a convertirse en el futuro en buenos reporteros, el inmolado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado les insistía una y otra vez en la imperiosa necesidad de no soltar la presa hasta haberle extraído todo el zumo noticioso.
Este sabio principio que sentaba siempre en sus exposiciones el director del diario El Siglo y autor de la espléndida Cartilla del Corresponsal nos sirve ahora para volver sobre un tema meneado aquí recientemente alrededor de la caída de Carlos Montero, un ídolo con pies de barro que perteneció durante 20 años a la nómina de la prestigiosa cadena televisiva CNN en Español.
Unas semanas después de la salida involuntaria del periodista argentino del equipo realizador de “Café”, el espacio estelar de las mañanas, han trascendido en fuentes fidedignas, con lujo de detalles, las razones por las cuales no se le renovó el contrato al comunicador que se creía insustituible en su rol.
Cabe subrayar que hay dos clases de verdades: La lógica y la aparente. La segunda podría indicar que al gaucho de marras lo descartaron como un preservativo roto o usado.
La verdad lógica es que se trata de un individuo torvo, que solía maltratar a las personas que trabajaban con él, en el centro mundial de CNN, en Atlanta.
El perverso personaje llegaba bien temprano a la oficina y desordenaba completamente el cubículo de su víctima de turno para dificultarle su labor del día. Sus superiores del canal conservan registros grabados (léase videos) de su repugnante accionar. Y, claro, le imprimía a su desempeño la firme convicción de que los periodistas argentinos son superiores a todos los demás del planeta tierra. Sumemos que muchas de sus asistentes fueron despedidas o renunciaron por culpa de su prepotencia. Unas sucias mañas de pibe malcriado.
Unos días después de habérsele notificado que ya no iría más, el envanecido presentador se despidió de la audiencia en los siguientes términos:
"Hoy les quiero anunciar el fin de un fabuloso viaje. Lo inicié hace 20 años, aquí en la CNN. La gerencia me anunció hace unos días que no me va a renovar el contrato. Una noticia que indudablemente me dolió muchísimo, me sigue doliendo, porque tengo impregnadas estas tres letras en lo más profundo del corazón. Para mí siempre fue motivo de orgullo ser parte de esta organización y le estaré siempre profundamente agradecido. Quiero que sepan que me voy con los mejores recuerdos y con la satisfacción de haber dado lo mejor de mí cada día de estas dos décadas".
(Ni al registrar su echada de la poderosa red televisiva dejó de mostrarse vanidoso, arrogante, engreído y prepotente). La verdad es que el caso de Montero es muy distinto al de Patricia Janiot. Ella estaba renegociando y querían que se quedara, pero pidió esta vida y la otra y al final ya se sabe lo que ocurrió. Al parecer está muy arrepentida de su decisión.
El caso de Montero es diferente. Él también llegó al final de su contrato, pero habían decidido no renovárselo. Se supo que habría sido posible terminar el vínculo antes por justa causa, pero prefirieron dejar que se fuera sin "aspavientos" aunque una mirada a su cuenta de Twitter revela parte de su accionar. Por supuesto, tras tantos años, sorprende la salida de alguien, pero el hombre tenía roces constantes con sus colegas, muchos de ellos documentados y consignados ante el departamento interno apropiado. (Aquí nos toca reconocer la poco elegante analogía sobre el "condón usado", que no fue del todo acertada y señalar que una que describiría mejor la situación es que "tanto va el cántaro al agua, hasta que al fin se rompe".
La apostilla: Ególatra sin remedio, en cada madrugada, Carlos Montero, después de anudarse la corbata, se echaba así la bendición frente a un cuadro que colgaba en la sala de su apartamento, en Atlanta: “Sagrado Corazón de Jesús, confía en mí”.
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