El diccionario de la Real Academia Española define la palabra utopía de dos maneras. La primera acepción afirma que la utopía es un “plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización”. La segunda dice que la utopía es una “representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”. Sin embargo, los horrores a los que condujeron los esfuerzos deliberados por cumplir grandes promesas de cambio en el siglo XX, la desacreditaron un poco. Aunque el escepticismo es una virtud necesaria para mantener una actitud crítica frente al poder y frente a los discursos que cargados de ilusiones acaban sustituyendo a un despotismo por otro, también puede convertirse en vicio cuando descalifica a priori toda propuesta de cambio orientada a superar problemas estructurales, arguyendo su inviabilidad técnica, financiera o política o expresando una preferencia por la certidumbre del statu quo en lugar de los riesgos y la incertidumbre que conllevan los cambios. Como virtud, el escepticismo alienta el escrutinio crítico y toma distancia frente a discursos y líderes mesiánicos. Como vicio, puede convertirse en una fuerza demasiado conservadora que inmuniza a la sociedad frente a las reivindicaciones que exigen grandes cambios para resolver grandes problemas.
Es imprescindible mantener una actitud escéptica frente a los discursos y propuestas que buscan defender al statu quo de una sociedad como la nuestra. No es aceptable conformismo alguno frente a un estado indignante de cosas, propio de una sociedad desigual e injusta en extremo, que no reconoce a las poblaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes y que es indolente frente a la destrucción de sus modos y medios de vida. No se puede mantener intacta una sociedad que ignora, despilfarra y agota sus riquezas naturales y cuyo endeble aparato productivo es incapaz de incorporar a la economía mediante empleos formales, remunerativos y productivos a la creciente mano de obra, especialmente juvenil. Es inmoral seguir considerando normal una sociedad en la que la violencia sigue siendo un recurso cotidiano en el ámbito familiar, social económico y político y en la que se incumplen sistemáticamente los acuerdos, las leyes y las reglas.
También es necesario mantener una actitud escéptica frente a los discursos y líderes que proponen grandes cambios. Sin embargo, ese escepticismo debe estar orientado por la convicción sincera de contribuir al mejoramiento y viabilidad de esas propuestas buscando reducir sus efectos inesperados o sus consecuencias no deseadas, sin que ello signifique hacerlas inocuas o convertirlas en un recurso más para mantener al statu quo, es decir, a ese estado indignante de las de cosas. Aquellos que hacen gala de un escepticismo casi cínico que se regodea descalificando de plano todo camino o intención de reforma, son los más hipócritas de los reaccionarios y su inteligencia y agudeza intelectuales solo están al servicio de su ego.
Los colombianos debemos construir colectivamente una representación de la sociedad en la que aspiramos vivir y estar dispuestos a caminar hacia ella. Es necesario prestar atención a los problemas reales: desigualdad en la distribución de la riqueza, de la tierra, del ingreso y en la asignación del respeto y el reconocimiento a las mujeres y a los diferentes grupos de poblaciones; desigualdad territorial y en la distribución de las capacidades del Estado para hacer valer la ley en todo el país; la destrucción de la naturaleza; captura de porciones del Estado por poderes de facto tanto en el nivel local como en el nacional, tanto por grupos ilegales como por conglomerados económicos que se apoyan en altos funcionarios estatales que en las diferentes ramas del poder actúan como sus empleados privados, poniendo al sector público al servicio de sus rentas particulares. No son pañitos de agua tibia lo que necesita el país sino grandes cambios. En Colombia no podemos darnos el lujo de renunciar a la utopía.
En “Las Palabras Andantes” y en entrevistas posteriores, Eduardo Galeano cita al cineasta argentino Fernando Birri para explicar para qué sirve la utopía. Según Birri, la utopía está en el horizonte. Así, cuando damos algunos pasos hacia ella, esta se aleja. Nunca se puede alcanzar. La utopía sirve entonces para caminar. Caminemos hacia el cambio en 2019.
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