Cuando Ecuador clasificó al campeonato mundial de fútbol de Alemania en 2006 y Colombia se quedó por fuera, muchos colombianos apoyamos a la selección del país vecino. No era difícil identificarse con su uniforme y con jugadores tan parecidos a los nuestros. En las montañas caldenses hicimos propias las canciones de los ecuatorianos Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas. En el colegio, las páginas de Huasipungo de Jorge Icaza nos conmovieron e indignaron.
Durante mucho tiempo, estudiosos del narcotráfico y el conflicto armado se preguntaron cómo era que un país tan parecido a Colombia lograba eludir esos problemas. ¿Por qué al otro lado de la frontera no se presenciaba ni la violencia ni la criminalidad a las que nos acostumbramos los colombianos desde hace décadas? Lo cierto es que Colombia y Ecuador tienen muchas cosas en común pero también diferencias notables. Ecuador experimentó un proceso de afirmación nacional que robusteció su comunidad política. Mientras en la década de los cuarenta del siglo XX Colombia vivía el episodio que Daniel Pécaut bautizó como “la restauración elitista”, Ecuador experimentaba lo que se conoce como “la Revolución Gloriosa”.
En efecto, José María Velasco Ibarra -cinco veces presidente de Ecuador- lideró desde el inicio de su segundo mandato en 1944, un proceso de integración social y física del país a partir de la articulación de demandas de diferentes sectores de la población. Carlos de la Torre, sociólogo e investigador ecuatoriano, sostiene que el “velasquismo” introdujo la política de masas en el país vecino, incorporando -parcialmente- a buena parte de la población antes excluida de la comunidad política. Más tarde, en la década de los setenta, el general Guillermo Rodríguez Lara -quien trató de emular al “gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas” liderado por Juan Francisco Velasco Alvarado en Perú- puso en marcha un agresivo proceso de fortalecimiento del Estado y de expansión de la -hasta entonces- precaria base industrial del país. Luego de varios años de inestabilidad política, llegó la “Revolución Ciudadana” de Rafael Correa. Incluso los críticos más severos de Correa, reconocen los logros de su gobierno en materia de infraestructura física y social.
Ecuador ocupa el lugar 89 en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas. El índice de desarrollo humano de Colombia es más bajo y por eso se ubica en el puesto 95. Colombia es más desigual que Ecuador: según el Banco Mundial, mientras el coeficiente de Gini (entre cero y uno) de distribución del ingreso en Ecuador es 0,465, en Colombia es 0,511. En Ecuador el 10% más rico de la población gana 23,8 veces más que el 10% más pobre. En Colombia la diferencia es de 33 veces. La incidencia de la pobreza rural es mayor en Colombia (41,14%) que en Ecuador (35,3%) y el ingreso de los campesinos pobres en Ecuador está más cerca del valor de la línea nacional de pobreza que en el caso de sus similares en Colombia. De acuerdo con las cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en 2014 el número de homicidios por cada cien mil habitantes en Colombia fue 27,92. En Ecuador fue mucho menor: 8,23.
Desafortunadamente, ser vecino de Colombia se ha ido convirtiendo en uno de los principales problemas de Ecuador. La frontera se ha hecho cada vez más permeable a la guerra, la violencia y la criminalidad. El gobierno de Colombia en 2008 violó la soberanía de ese país hermano y en lugar de concertar acciones conjuntas contra la guerrilla de las Farc, optó por romper la vieja tradición colombiana de respeto a las normas del derecho internacional. Las fumigaciones de cultivos ilícitos cerca de la frontera han esparcido el veneno no solo en suelo colombiano sino también en suelo ecuatoriano. Ahora, familias ecuatorianas están de luto por cuenta de la pésima gestión del post-acuerdo con las Farc y la proverbial desatención de la periferia por parte del Estado colombiano. Poco importa la nacionalidad de alias Guacho. El problema de Ecuador es también nuestra responsabilidad y debemos cooperar con ese país. Me da vergüenza que seamos tan mal vecino.
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