Hace unos días, la reconocida periodista Ana Cristina Restrepo compartió en Twitter dos fotografías que corresponden a dos columnas de opinión publicadas en El Colombiano y en El Tiempo respectivamente. La primera es de Rafael Nieto Loaiza y su título es “El miedo debajo de la piel”. El título de la segunda es “Tenemos derecho a vivir seguros y sin miedo” y su autora es la candidata Marta Lucía Ramírez. El comentario con el que Ana Cristina acompaña las dos fotografías es elocuente: “La vaca electoral que más leche da. Ordeñar el miedo al máximo. Hasta la última gota”.
La columna de Ramírez es un tanto insulsa. Se refiere a cinco propuestas de campaña que ella denomina “pactos”: contra la corrupción, por la “protección de la familia”, el desarrollo económico, la infraestructura y el fortalecimiento institucional. Propone poner la casa en orden con “una justicia drástica que castigue a los delincuentes”. Es de suponer que tras la fórmula “justicia drástica” lo que hay es la promesa de mano dura, una política sobre la que hay bastante evidencia acerca de sus efectos perversos sobre la seguridad y la justicia. Así como mano dura no es sinónimo de seguridad, uno de sus componentes, el maximalismo punitivo, no es sinónimo de justicia.
Nieto Loaiza afirma que “el deterioro de la seguridad es alarmante”. Comparto la indignación de Nieto por el aumento de atracos y delitos sexuales, pero me inquieta que se escandalice porque “algunos grupos indígenas invaden fincas” y no por el asesinato sistemático de líderes sociales, tema que de hecho omite. Con eso queda claro que no tiene una visión de la seguridad como bien público. Lo que cuenta en su balance es la seguridad de unos, pero no la de todos.
Insinúa Nieto que el deterioro de la seguridad está relacionado con el acuerdo de paz con las Farc y el desconcertante proceso con el Eln. Una cosa es que la mala implementación del acuerdo o su incumplimiento conlleve el riesgo de incentivar el tránsito de muchos exguerrilleros hacia la delincuencia común u organizada y otra, muy diferente, que la causa de las múltiples manifestaciones de violencia e inseguridad que han coexistido históricamente con el conflicto armado sea el proceso de paz. Muchos de los que defendimos el voto por el Sí en el plebiscito de octubre de 2016 lo hicimos planteando claramente que se trataba de poner fin a la guerra con las Farc. Un objetivo valioso como lo demuestra la reducción del número de víctimas del conflicto armado de 273.989 en 2013 a 60.283 en 2017 (la cifra más baja desde 1989). Sin embargo, varios recalcamos que terminar la guerra con esa guerrilla no era condición suficiente para superar la violencia y vivir en paz. Algunos defensores del Sí vendieron el acuerdo como la solución a todos los males. Parece que Nieto les compró ese discurso y ahora pasa una cuenta de cobro que no tiene sentido. Cuando había guerra con las Farc también había atracos, combos, bandas, delincuencia común y crimen organizado. Ahora quieren hacerle creer a la gente que todo eso lo produjo el acuerdo.
La violencia y la inseguridad persisten y es urgente afrontarlas con políticas públicas bien diseñadas e implementadas y no, con la improvisación y el efectismo de quienes quieren instrumentalizar electoralmente esos problemas. Instrumentalización que no oculta Nieto al afirmar que los candidatos de la derecha “deberían salir fortalecidos, si son capaces de construir un discurso contundente y coherente y de conseguir que los grandes medios de comunicación lo divulguen”. En otras palabras, que los medios aticen el deterioro de la percepción sobre la seguridad con más amarillismo y menos análisis.
En su alarmismo Nieto ignora un dato importante: En 2017 la tasa de homicidios llegó a 24 por cada cien mil habitantes, la cifra más baja en cuarenta años. No lo menciona porque esa cifra no encaja en su propósito de asustar, apelando al instinto de los votantes. Me parece que Nieto tiene muy claro lo que dijo Edmund Burke hace más de 250 años: “Ninguna pasión le roba tanto a la mente sus poderes de actuar y razonar como el miedo”.
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