Las transacciones en el mundo del fútbol llegan a cifras escandalosas y hasta cierto punto, obscenas. La más reciente, la transferencia de Neymar al París Saint-Germainpor casi 261 millones de dólares. La suma fue pagada por el emirato de Qatar a través de su Fondo Soberano de Inversión. El salario anual del jugador será de 47,5 millones de dólares. De acuerdo con una nota publicada por la revista Semana esto quiere decir que Neymar ganará el equivalente a un salario mínimo colombiano, cada tres minutos.
Debo confesar que no siento mucha simpatía por Neymar desde el partido que jugaron las selecciones de Brasil y Colombia en el mundial de 2014. Es de suponer que Neymar tampoco siente un especial afecto por los colombianos y en particular por Camilo Zúñiga, quien en ese partido provocó la lesión del astro brasileño. Pero mi poca simpatía por Neymar se debe exclusivamente a mi condición de hincha sensible, nada más. Neymar da Silva Santos Júnior es no solo una estrella indiscutible del fútbol mundial sino también, un joven talentoso y disciplinado que ha puesto sus dotes naturales al servicio de su familia, sus equipos y los millones de personas que apreciamos la belleza de pases, goles y gambetas que solo aquellos jugadores fuera de serie como él, Lionel Messi o Cristiano Ronaldo, hacen con tanta facilidad y frecuencia.
Para muchos, ni el monto de esta u otras transacciones similares ni el salario de Neymar, Messi o Ronaldo, deberían generar controversia. Se trata de operaciones de mercado que cumplen con una regla moral básica: el carácter voluntario del intercambio. Si una persona o una entidad, en este caso el emirato de Qatar, está dispuesta a pagar cualquier cifra, la operación es totalmente legítima e inobjetable desde un punto de vista moral. No niego el atractivo intuitivo de ese argumento.
Ciertamente, un mundo en el que las diferencias en las recompensas y remuneraciones fueran totalmente eliminadas y todos viviéramos bajo el más estricto igualitarismo, sería bastante opresivo y desalentador. El nivel de coerción necesario para lograr un igualitarismo a rajatabla sería totalitario. Nadie querría recostarse en el lecho del mitológico Procusto quien -luego de amarrar a sus huéspedes mientras dormían- cortaba sus extremidades si estas sobresalían de la cama o procedía a estirarlas a martillazos si, por el contrario, eran más cortas que aquella. Tampoco sería interesante vivir en mundo en el que destacarse en algo no hiciera diferencia alguna. Si la gente no recibiera ninguna recompensa adicional por aplicar su esfuerzo y su talento, se podría suponer que nadie tendría incentivos para hacerlo y, por tanto, la sociedad se vería privada de aquellas cosas que ese esfuerzo y talento estarían en condiciones de aportar.
Sin embargo, ¿es la regla moral del carácter voluntario de los intercambios el único principio que debe ser tenido en cuenta? El atractivo de la exclusividad de esa regla resulta de su compatibilidad con la libertad y con la eficiencia en clave de incentivos. Pero, ¿estamos seguros de que es necesario que las diferencias en las remuneraciones sean tan abismales para garantizar la libertad y la disposición a aplicar el esfuerzo y el talento? Si Neymar ganara bien pero mucho menos que un salario mínimo cada tres minutos, ¿de verdad dejaría de jugar? La estructura y diversidad de las motivaciones humanas es algo más compleja que la de una chapola que responde a un solo tipo de estímulo. ¿Está bien pagarle tanto a Neymar por hacer algo que disfruta y pagarle tan poco a quienes, por ejemplo, recogen la basura en las calles o lavan los baños públicos?
¿Acaso no hay gente increíblemente talentosa en otras áreas de la actividad humana que, sin embargo, no son bien valoradas por el mercado? Maluma vende mucho más que Martha Senn, nuestra gran cantante de ópera. ¿Debemos realmente creer que es más valioso y exquisito el talento de Maluma que el de Senn solo porque nos lo dice el mercado? Personalmente creo que está bien que Neymar gane muchos más que Maluma. Ambos, sin embargo, deben pagar una porción muy significativa de su renta en impuestos.
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