José “Pepe” Mujica no es un político común: predica y aplica. Habla con sabiduría y vive con sobriedad, palabra que prefiere a “austeridad” porque encuentra a esta muy vinculada al discurso de la economía ortodoxa y a las políticas de ajuste. Es el presidente uruguayo que más reconocimiento ha obtenido por fuera de las fronteras de su pequeño país de tres millones y medio de habitantes. Su reputación supera a la de Julio María Sanguinetti, dos veces presidente por el Partido Colorado, y a la de Tabaré Vázquez del Frente Amplio, cuya exitosa gestión en la intendencia de Montevideo lo catapultó a la presidencia, algo inédito hasta entonces. Durante la administración de Mujica los indicadores de pobreza y desigualdad mejoraron significativamente, manteniendo la tendencia iniciada por Tabaré en el primer gobierno del Frente Amplio, una coalición de partidos de izquierda que ha estado en el gobierno de la República Oriental del Uruguay desde 2005. Tabaré Vázquez ganó de nuevo las elecciones en 2015 y Pepe Mujica reparte su tiempo de expresidente entre la granja en la que cultiva flores con su esposa (actual vicepresidenta de la república), y la promoción de su pensamiento humanista y ecologista.
En una época en la que la Revolución Cubana y los regímenes autoritarios incentivaron el surgimiento de grupos guerrilleros en casi toda América Latina, José Mujica se unió al Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros). Lo hizo durante un represivo “estado de excepción” que antecedió a la dictadura militar. A pesar de la violencia, el conflicto uruguayo fue un conflicto armado menor. Una disputa armada en nada comparable a las guerras centroamericanas o a la nuestra.
Mujica participó en enfrentamientos armados y en algunos de ellos resultó herido. Además, varias veces fue hecho prisionero. Pasó en total casi quince años de su vida en prisión. También Nelson Mandela estuvo preso por haber luchado contra la segregación racial en su país. Son muchas las personas a las que su búsqueda de la justicia las ha puesto tras las rejas. Sobre esta etapa de su vida comentó: “Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de igualdad”. Mujica descarta hoy por completo la validez de la lucha armada: “Yo solía pensar que solo había guerras nobles, pero eso no lo creo nunca más”.
Por esa razón, apoyar el proceso de paz en Colombia es otra de las actividades a las que se ha dedicado el expresidente uruguayo. En compañía del expresidente del gobierno español Felipe González, Mujica lidera el componente internacional de la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación del acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la desmovilizada guerrilla de las Farc. El apoyo de Pepe Mujica al proceso de paz y a la implementación del acuerdo ha sido tan valioso y significativo que los saboteadores no se han aguantado las ganas de insultarlo. Al enterarse de los agravios Mujica reaccionó con una nueva exhortación a la construcción de la paz.
El respeto, serenidad y ánimo constructivo con que Pepe Mujica expresa sus ideas y opiniones es algo muy exótico en el degradado medio político colombiano. El miedo y el odio son la materia prima de buena parte de los políticos en ambos extremos del espectro político. Tristemente, me parece que aún no hemos visto ni oído lo peor. Pero los colombianos no debemos caer de nuevo en la trampa de votar “emberracados”. Las elecciones de 2018 serán cruciales para definir si se aprovecha el acuerdo de paz no solo para poner fin a la guerra, sino también para construir el Estado y promover el desarrollo incluyente en las regiones, o si se desperdicia por completo esta oportunidad. Las oportunidades perdidas y las reformas frustradas han escrito la trágica historia de Colombia. Pero como bien lo recalca Pepe Mujica, “el pasado nunca ha sido enmendable, lo que es reparable es el porvenir”. Hemos tomado muchas malas decisiones por estar mirando hacia el pasado no tanto para buscar la verdad, sino para alimentar nuestro odio.
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