Por el reclutamiento ilícito de 97 menores de edad en doce departamentos, el pasado 14 de febrero se libraron órdenes de captura contra tres integrantes de la Dirección Nacional del Eln y cinco miembros de su comando central. Más allá de las múltiples implicaciones del hecho en la política nacional, me interesa subrayar un reto mayúsculo para quien gane las próximas elecciones presidenciales: cambiar las prioridades de inversión en infancia del futuro al presente.
Aunque nadie sería tan torpe de reconocer abiertamente su debilidad de propuestas serias en materia de infancia, lo cierto es que las condiciones -o mejor, la falta de condiciones- para el desarrollo adecuado de niños y niñas en Colombia es alarmante y no parece haber proyectos de gran calado al respecto.
En este tema, como en muchos otros, Colombia ha vivido bajo la premisa atribuida al siniestro ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, según la cual “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Además, su genio malévolo concibió lo que llamó el principio de simplificación como uno de los pilares de la exitosa propaganda del Tercer Reich: cuanto más simples y menos explicativos los mensajes, más efectivos.
Por esa vía, asumimos como sociedad una “verdad” absoluta: los niños son el futuro de Colombia. Nada más equivocado y, sin embargo, más creído. Esto ha dado lugar a la actitud de que los avances en temas de infancia se pueden aplazar porque son para el futuro. Y en una sociedad donde un alto porcentaje de población vive “al día”, el porvenir claramente no es una idea-motor para la acción, pues lo que cuenta es sobrevivir hoy.
Es en la primera infancia cuando se da el desarrollo de las membranas y la mielina de las neuronas que aportarán mejores esquemas de pensamiento y, por lo tanto, personas más inteligentes en lo cognitivo y lo emocional. Entonces si después de carecer de buena nutrición, un niño de 6 años empieza a recibir buena cantidad de proteínas, esto redundará en su avance físico, pero las bases de su desarrollo neuronal estarán completas y, por tanto, deficientemente cimentadas. Los niños indígenas en La Guajira muertos por desnutrición son un espejo extremo de esta realidad.
De otro lado, más allá de las discusiones sobre el multimillonario negocio de las farmacéuticas con las vacunas, Colombia tiene un buen sistema de vacunación en los centros urbanos de la región Andina y la mayoría de la Costa Caribe. No ocurre lo mismo en los 5 departamentos del llamado Grupo Amazonía, en los que ni siquiera hay cifras confiables sobre cuántos niños mueren a causa de enfermedades prevenibles.
La información mediática sobre las argucias legales que con frecuencia intenta la familia del condenado Rafael Uribe Noguera mantiene vivo no solo el recuerdo de la bárbara muerte de Yuliana Samboni, sino que es una alerta sobre la frecuencia con la que ocurre el abuso sexual de menores de edad, que en 2017 registró casi 19.600 casos, con un incremento de 9,2% con respecto al año anterior, según el Instituto de Medicina Legal. La cifra, ya escalofriante, obliga incluso a ir más allá en la indignación y la tristeza, pues el temor y la indefensión infantil generan subregistros cercanos al 50% de los casos.
Un estudio comparativo del Centro de Competitividad Mundial del International Institute for Management Development indica que en 2017 Colombia retrocedió 3 posiciones (54 entre 63 países analizados) en competitividad. La explicación es simple: existe incoherencia entre lo que se invierte en educación frente a lo que se requiere del talento para ser un país que puede competir. El porcentaje de inversión en educación se mantiene desde hace 20 años: 4,5% del PIB.
No ver propuestas de fondo y seguir creyendo que en “el futuro” (que ni siquiera se sabe si cercano) se van a ir subsanando espontáneamente las enormes falencias en el manejo de los diferentes aspectos de la vida e integridad de la infancia en Colombia es tan ingenuo como quien atado a un poste por el cuello, no se percata que por larga que sea la cuerda cuanto más se aleja del poste, más cerca está de ahorcarse.
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