Conversaciones, columnas de opinión, noticieros, portales de internet, programas radiales y redes sociales en Colombia tienen algo en común por estos días: su tema más frecuente son las elecciones presidenciales. Ni siquiera puede uno ver tranquilo los partidos de fútbol de la Liga Águila porque aparecen, en una esquina de la pantalla, algunos candidatos arengando a las muchedumbres. ¿No se han puesto a pensar señores candidatos (desafortunadamente ya no hay mujeres en la contienda por el solio de Bolívar), que esos comerciales en la mitad de un partido en el que el único grito que el hincha quiere escuchar es el del gol de su equipo, pueden ser contraproducentes?
Independientemente de cuán agobiados se sientan algunos con las encuestas, los debates y la publicidad, lo cierto es que muchas cosas -no todo- dependerán de la persona que presida el próximo gobierno. Votar es la primera decisión importante. Nuestra democracia es de mala calidad. El abstencionismo es un síntoma de ello. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2014 se abstuvo el 60 por ciento de los ciudadanos habilitados para votar. En el plebiscito sobre el acuerdo de paz con las Farc -una elección de enorme trascendencia- la cifra llegó al 62,56 por ciento. La indiferencia, desidia y desconfianza de los ciudadanos hacia la democracia hace realidad aquel grafiti que decía: “el sector público es el sector privado de los políticos”. Si los ciudadanos no ejercen sus derechos es difícil que la democracia funcione bien. Muchos de sus defectos están relacionados con el débil sentido de pertenencia de los colombianos a su comunidad política. Padecemos un individualismo patológico. Acusamos a los políticos de la mayor parte de nuestros males olvidando la cuota de responsabilidad que nos corresponde: los políticos son el reflejo de nuestra sociedad.
Hay que votar y hacerlo bien, aunque lo que eso significa depende de cada votante. Algunos coincidimos en que votar bien es respaldar en las urnas la opción que más se parezca a aquella alternativa ideal comprometida con: 1) la defensa de las libertades básicas (apego estricto al Estado de derecho) y la inhibición de cualquier tentación autoritaria; 2) la no injerencia del Estado en las decisiones morales autónomas de las personas (en materia sexual, religiosa o en lo relacionado con la dosis personal de drogas, por ejemplo); 3) la reducción de las desigualdades socioeconómicas (tributación progresiva) y territoriales (desarrollos productivos en las regiones que no solo aumenten la riqueza sino que mejoren el bienestar de sus habitantes); 4) la puesta en marcha de políticas sectoriales apalancadas en un sistema bien financiado de investigación y desarrollo; 5) la transformación de una educación al servicio de la segregación social en una educación orientada a derribar las barreras de clase; 6) un liderazgo y una agenda contra la corrupción avalados más por el historial del candidato que por su retórica; 7) el cumplimiento estricto del acuerdo de paz y lo que esto implica en términos de incorporación de los excombatientes a la legalidad, reforma rural integral, sustitución de cultivos, reforma política, atención a las víctimas, construcción de la memoria e implementación de la justicia transicional y, 8) el fortalecimiento de la capacidad de las fuerzas armadas para proteger a la población en todo el territorio, combatir a las disidencias de las Farc, otras bandas criminales y al Eln (sin renunciar a la búsqueda de un acuerdo con esta guerrilla).
Las encuestas sugieren que buena parte de los votantes difiere de esa definición de votar bien. No obstante, si gana la oferta política que más se aleja de la mayoría de esos ocho compromisos, hay que considerar que las transformaciones sociales no dependen solo de los gobiernos. No pocas veces los logros sociales se obtienen a pesar de ellos. Los actores sociales que en el nivel nacional y regional coinciden en la valoración positiva de varios de esos compromisos no deben renunciar a promoverlos solo porque el gobierno nacional no coincida con ellos. Las conversaciones y debates más que centrarse en el nuevo presidente, deben enfocarse en las agendas que distintos actores pueden desarrollar en varios ámbitos. Hay que pensar más allá de las elecciones y sus resultados.
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