Muchos de los miembros del Partido Liberal no son liberales y muchos liberales ya no pertenecemos a ese partido. Hay liberales detrás de diferentes etiquetas políticas. Lo más probable es que la mayoría de los liberales no se identifiquen con partido político alguno. Para evitar confusiones, vale la pena destacar algunos atributos de un liberal. Es un firme defensor de la igualdad ante la ley. Celoso de las libertades individuales básicas como la libertad de pensamiento, conciencia, expresión y reunión. Un liberal defiende los derechos políticos y se opone a las detenciones arbitrarias. En consecuencia, un liberal defiende al Estado de Derecho como un estado de control del poder, incluyendo al poder de las mayorías cuando este se dirige en contra de los derechos que hacen posible la supervivencia misma de la democracia. Una vez el Estado de Derecho es sustituido por el llamado “estado de opinión”, la democracia se suicida.
Un liberal defiende la neutralidad del Estado frente a las diferentes nociones y tradiciones morales y religiosas. Para un liberal, el Estado no tiene por qué meterse ni en las camas ni en los cuerpos de las personas. Un liberal reivindica el deber negativo del Estado de no interferir en las creencias morales y religiosas de la gente –excepto si derivan en prácticas que dañan a otros en contra de su voluntad- y el deber positivo de garantizar la no discriminación por cuenta de tales creencias.
Un liberal no tiene una fórmula inapelable para dirimir conflictos entre valores. Sabe que hay múltiples dilemas morales y conflictos entre derechos y que, en cada caso, hay que sopesar diferentes argumentos. Por eso, un liberal entiende la democracia como un diálogo abierto y permanente en el que el mérito de las ideas y las propuestas no depende del estatus de quien las defiende. Un verdadero liberal se apoya en la razón y precisamente por eso, desconfía de la tecnocracia.
Un liberal es partidario de un Estado limitado en lugar de un Estado débil. Son dos cosas distintas. Desafortunadamente, el mal entendido liberalismo de las élites colombianas las ha confundido de modo que el anti-estatismo oligárquico, reflejado por ejemplo en la tendencia sistemática a eludir la financiación de los bienes públicos, le ha salido demasiado caro a varias generaciones de colombianos. Entre los peores enemigos del liberalismo están el neoliberalismo y el “keynesianismo” de derecha en el que la intervención del Estado sigue la lógica de Hood Robin y no la de Robin Hood. Muchos neoliberales son en realidad neoconservadores en la medida en que son reacios a la intervención del Estado en la economía, pero avalan su intromisión en las decisiones morales de la gente.
Para los liberales, a diferencia de los neoliberales, el Estado debe intervenir en la economía para resolver fallas de los mercados incluyendo las desigualdades excesivas y para sancionar los comportamientos rentistas. Un liberal reivindica el rol de la educación en el derribamiento de las barreras de clase y defiende el carácter universal del derecho a la salud de buena calidad. Puede que haya diferentes matices y posturas entre los liberales a la hora de considerar opciones específicas de políticas. Sin embargo, un liberal –a menos que deje de serlo- no amenaza a los periodistas que lo critican ni acosa a los jueces que lo investigan. Dos candidatos a la presidencia –a pesar de sus diferencias- comparten varios de los atributos propios de un liberal: Humberto de la Calle y Sergio Fajardo. Ante la amenaza de un nuevo Uribato, es indispensable que esos dos candidatos se unan. Como acertadamente lo señaló Ariel Ávila, el tarjetón de la consulta liberal del 19 de noviembre decía que era para escoger candidato para una consulta interpartidista o para ser candidato a la presidencia. Esto sugiere que, si hay un acuerdo entre Fajardo y De la Calle y el segundo adhiere al primero, no se estaría violando el artículo 7 de la ley 1475 de 2011. Hay que acordar pronto los mecanismos de esa unión. No hay tiempo para reproches ni vanidades. Sin quererlo, el ascenso de Petro en las encuestas galvanizó al uribismo. Las esperanzas del liberalismo y de Colombia están en el centro.
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